Borges sobre Dante


Si he elegido la Comedia para esta primera conferencia es porque soy un hombre de letras y creo que el ápice de la literatura y de las literaturas es la Comedia. Eso no implica que coincida con su teología ni esté de acuerdo con sus mitologías. Tenemos la mitología cristiana y la pagana barajadas. No se trata de eso. Se trata de que ningún libro me ha deparado emociones estéticas tan intensas. Y yo soy un lector hedónico, lo repito; busco emoción en los libros.

La Comedia es un libro que todos debemos leer. No hacerlo es privarnos del mejor don que la literatura puede darnos, es entregarnos a un extraño ascetismo. ¿Por qué negarnos la felicidad de leer la Comedia? Además, no se trata de una lectura difícil. Es difícil lo que está detrás de la lectura: las opiniones, las discusiones; pero el libro en sí es un libro cristalino. Y está el personaje central, Dante, que es quizá el personaje más vívido de la literatura y están los otros personajes. 


JORGE LUIS BORGES, Siete noches (siete conferencias ofrecidas por Borges en el Teatro Coliseo de Buenos Aires entre junio y agosto de 1977), Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1993, págs. 26 y 27.

Berlin sobre Pasternak y Brodsky


RAMIN JAHANBEGLOO: En su opinión, ¿Pasternak es un gran poeta o un gran novelista?
ISAIAH BERLIN: Sin duda es un gran poeta. Existen, permítame decirle, dos clases de poetas. Están los poetas que son poetas cuando escriben poesía y prosistas cuando escriben en prosa, como Pushkin. Y están los poetas que cuando escriben poesía escriben poesía, y cuando escriben prosa también escriben poesía. A esta categoría pertenece Pasternak. Su prosa es siempre poética, pienso que no es prosista por naturaleza. Es un gran poeta, uno de los últimos grandes poetas rusos, y su novela es una gran obra poética, una de las pocas que describen el amor, el amor del héroe por la heroína, genuinamente, como pocos escritores lo han hecho pese a que el amor sea el centro de tantas obras de ficción. Pero lo que explicaba la admiración universal que los rusos y los que leen en ruso sienten por Pasternak es su poesía. Sólo Joseph Brodsky se le acerca; y por cierto que para él significan mucho más Ajmátova y Mandelshtam. En mi opinión (y en esto no estoy solo), Brodsky es el mejor poeta ruso vivo. Pero no todos los genios se parecen a la imagen que tenemos del genio. Pasternak sí. Hablaba maravillosamente, a veces era un poco desequilibrado, pero siempre un genio puro. No había experiencia más fascinante que escucharlo hablar; para mí, solo Virginia Woolf hablaba un poco de esa manera. Ella, también, claro, estaba un poquito loca.

RAMIN JAHANBEGLOO: ¿De qué modo?
ISAIAH BERLIN: Imágenes, símiles, descripciones, un lenguaje inolvidable, prodigioso y creativo, de inverosímil vitalidad. Tanto con Pasternak como con la señora Woolf uno sentía que los pensamientos empezaban a disparársele en la cabeza. La magia de Ajmátova era diferente, amable, aunque no menos poderosa.


RAMIN JAHANBEGLOO, Conversaciones con Isaiah Berlin, Atmarcadia, Barcelona, 2009, traducción de Marcelo Cohen, págs. 49-51.

Henry Miller sobre Céline


Anoche terminé el libro de Céline.

¡Por fin! Es tremendo. Estuve aullando de risa yo solo... Abundancia del lenguaje, entusiasmo y un estilo picante. Incluso traducido hay un lenguaje tan nuevo como los rayos ultravioleta. Y en último término es un magnífico ejemplo de su realismo sombrío. ¿Qué surrealista ha escrito así, aparte de Lautréamont?


HENRY MILLER, carta a Anaïs Nin recogida por la propia Anaïs Nin en Diario III (1939-1944), Bruguera, Barcelona, 1981, traducción de Enrique Hegewicz, pág. 315.

Sartre sobre Camus


El El extranjero no hay un solo detalle innecesario, ninguno al que no se recurra más tarde y sea empleado en el argumento. Y cuando cerramos el libro, nos damos cuenta de que no podría haber tenido otro final. En este mundo que ha sido despojado de su causalidad y presentado como absurdo, el incidente más pequeño tiene peso. No hay ninguno que no ayude a conducir al héroe hacia un castigo criminal y capital. El extranjero es una obra clásica, una obra metódica, compuesta sobre lo absurdo y contra lo absurdo.


JEAN-PAUL SARTRE, fragmento de "El extranjero de Camus", publicado en 1942 y recogido por Ronald Aronson en Camus y Sartre, Publications de la Universitat de València, 2006, traducción de Juan Pérez Moreno, pág. 27.

Jünger sobre Cooper


El corsario rojo
, de Fenimore Cooper. Con esta lectura lleno un hueco que viene de mi niñez. Mi padre me habló a menudo de este libro. Ahora lo he encontrado en la pequeña biblioteca dejada por Ernstel.

Los dos protagonistas, Wilder y el Corsario rojo, encarnan al hijo legítimo y al hijo ilegítimo del poder. Está bien trazada la diferencia que hay entre el poder legal, por un lado, y la tiranía que reina en los barcos de piratas, por otro. También en éstos ha de haber una especie de legitimación, que se expresa sobre todo por la voz, "por el grave, rico tono imperioso" del Corsario rojo. La bandera roja se alza como rival de la bandera del rey. Evelina de Lacy, colocada entre la alternativa de embarcarse en el buque de guerra o en el velero de los piratas, dice que su sexo sólo puede contar con protección fiable allí donde rigen el derecho y la ley.

He encontrado tanto más atractiva la lectura cuanto que entretanto hemos conocido grandes Estados en los que se ha aplicado y aún sigue aplicándose la misma disciplina que reina en los barcos de piratas. Dejando a un lado su predilección por la bandera roja y la calavera y el hecho de que quienes se apoderan del poder son rétores dotados de una "grave voz imperiosa", tales Estados se señalan siempre por tres características que no engañan: la proclamación del ateísmo, el robo de la libertad y la violentación de los indefensos.


ERNST JÜNGER, Radiaciones, Vol. II, Tusquets, Barcelona, 1992, traducción de Andrés Sánchez Pascual, págs. 514 y 515.


Vargas Llosa sobre Naipaul


Afortunadamente, los muertos por la literatura, a diferencia de las víctimas de las cacerías, suelen gozar de buena salud. Espero que Sir Vidia S. Naipaul sobreviva a esta dosis de estricnina. Él es el mejor escritor de lengua inglesa vivo y uno de los más grandes que ha producido nuestra época. En sus novelas, ensayos, libros de viajes y memorias, que se ramifican por todo el planeta, el lector se deleita con una prosa excepcionalmente precisa e inteligente, castigada sin misericordia para eliminar en ella toda hojarasca, y con una ironía sutil, a ratos cínica, a ratos cáustica, que suele morder carne y hacer explícitas verdades que desmienten o ridiculizan las "ideas recibidas" de nuestro tiempo. No existe escribidor más incorrectamente político en el mercado literario. Nadie ha pulverizado con más sutileza y gracia en sus novelas, y con más contundencia intelectual en sus ensayos, las falacias del tercermundismo y las poses y frivolidades del "progresismo" intelectual europeo, ni demostrado más persuasivamente la demagogia, la picardía y el oportunismo que generalmente se emboscan tras esas doctrinas y actitudes. Por eso, aunque su talento haya sido reconocido por todo crítico con dos dedos de frente, suele ser universalmente detestado. 


MARIO VARGAS LLOSA, Predadores, El País, 20 de diciembre de 2008 (AQUÍ), recogido en El Lenguaje de la pasión, Alfaguara, Madrid, 2011.

Fuentes sobre Coetzee


De su recorrido turístico por la costa, regresa Coetzee a su Sudáfrica nativa cargado de estas opciones contradictorias, más una: ser sudafricano de origen boer y lengua holandesa que escribe en inglés. Mas acaso sea esta suma de tensiones lo que hace de Coetzee un escritor tan poderoso. El novelista mexicano Juan Villoro lo resumía en su brillante presentación de Coetzee en México: estamos ante un autor que escribe novelas que se discuten a sí mismas.

La vida y tiempo de Michel K., como el gran poema de Goethe y el gran cuento de Rulfo que es como el espectro mexicano (“¿No oyes ladrar los perros?”) del poema alemán “Rey de los olmos”, narra el sacrificio de una solidaridad de sangre: cargar al niño enfermo en Goethe y Rulfo, cargar a la madre enferma en el caso de Coetzee. La peregrinación piadosa de Coetzee atraviesa un mundo devastado, un mar de bocas hambrientas, un dolor oscuramente conectado, para siempre con el futuro. Tenemos una fiera adentro. Sólo podemos silenciarla con hambre.

Esperando a los bárbaros es una de las grandes novelas políticas de nuestro tiempo. El Magistrado todopoderoso de una pequeña población sirve con fidelidad al Imperio. Pero cuando el Imperio rompe la soledad del Magistrado, éste se une a su grey, a las víctimas de lo mismo que ha representado. En ello le irá la libertad y la vida.

Foe es una obra maestra incomparable. No se puede contar sin estropear su misterio. Baste señalar que la narradora es una mujer, Susan Barto, que sobrevive a un naufragio y se encuentra en una isla desierta con Robinson y su esclavo mudo, Viernes. Es ella quien le lleva la historia del amo y el sirviente al escritor inglés Foe, cuya traición literaria ilustra, no sólo la crueldad y el orgullo del artista, servidor de una verdad superior, sino la viva encarnación del dilema Viernes-Robinson: ¿nos aman nuestras sombras?

La desgracia culmina (por ahora) el maravilloso periplo narrativo de J.M. Coetzee. De vuelta en su Sudáfrica nativa, concentra en esta novela todas las tensiones de escritura y oralidad al nivel más terreno de la sexualidad y la violencia. ¿Qué son la sexualidad y la violencia del narrador y protagonista, David Kurie, obligado a renunciar a su cátedra por haber sostenido relaciones sexuales con una estudiante? Refugiado en el aislado veldt donde su hija Lucy cría y protege perros, Kurie debe enfrentarse a una violencia más brutal que la de las ciudades y a un silencio peor que el de cualquier censura académica o política.

Yo no sé si el Premio Nobel de Literatura, que ha tenido tantos aciertos como errores, recaerá un día en J. M. Coetzee. Lo merece sobradamente. Pero a la calidad de su obra le sobra todo premio.


CARLOS FUENTES, Desgracia y fortuna de J. M. Coetzee, ABC, 3 de junio de 2000, pág. 26.

Cirlot sobre Góngora


En su Fábula de Polifemo y Galatea y en sus Soledades, Góngora se realiza a sí mismo de la manera más prodigiosa. Pueden considerarse estas obras como una de las cumbres de la lírica mundial de todos los tiempos; en ellas se resume y contorsiona la retórica grecorromana que informa todo el clasicismo español renacentista.


JUAN EDUARDO CIRLOT, Diccionario de los ismos, Siruela, Madrid, 2006, pág. 280.

Pombo sobre Umbral


PREGUNTA: ¿Su relación con Umbral me la podría definir?
ÁLVARO POMBO: Sí. Umbral escribió en Diario 16, nada más llegar yo a Madrid un artículo elogiosisímo que se titulaba Alvaro Pombo. Recogido después en Spleen de Madrid. Le he tratado tanto privada como públicamente y me parece un escritor de primera magnitud. Todos hemos aprendido de la brillantez y expresividad de Umbral.


ÁLVARO POMBO, Encuentro digital con Álvaro Pombo, El Mundo, 19 de enero de 2001. Todo el chat digital AQUÍ

Bukowski sobre Dostoyevski


Mientras revolvía los estantes buscando un título que le interesara, se olvidó de su pobreza, de su malhumorado padre, que seguramente le dirigiría severas miradas de reproche. Allí estaba: Memorias del subsuelo, de Fiódor Dostoievski. “Yo había leído a algunos rusos, a Turguéniev y a Tolstói, pero a aquel tipo no lo conocía. Ni siquiera sabía pronunciar bien su nombre.” Se sentó a leer. Las palabras le atravesaban como rayos. Se dijo a sí mismo: “Este tipo lo ha conseguido, este tipo lo ha conseguido”.

El irascible personaje retratado en esta novela corta, dos años anterior a Crimen y Castigo, es un documento sobre el sufrimiento personal y el desafío a la “respetabilidad”. El protagonista anónimo de Memorias del subsuelo no se pronuncia a favor de ninguna posición cuando examina los conceptos del bien y el mal. Rechaza la idea de que la supuesta nobleza del hombre y la búsqueda del bienestar sean temas supremos. Por el contrario, concluye que el hombre debe buscar una autenticidad última, sin importarle que sea inaceptable o contraria a las normas sociales y los códigos de conducta. El protagonista no sólo se burla de los códigos según los que vive el hombre, sino también de la idea del hombre corriente y sus aspiraciones “comunes”. Bukowski se sintió identificado con la desconfianza de Dostoievski frente al hombre corriente y con la obsesión de estas Memorias por el sufrimiento.


NEELI CHERKOVSKI, Hank: La Vida de Charles Bukowski, Anagrama, Barcelona, 1993, traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro, págs. 69 y 70.


Bryce Echenique sobre Camus


En general el escritor escribe por una insatisfacción hacia el mundo que lo rodea, es el gran rebelde como dijo Camus, un novelista que yo adoro, un hombre desgarrado y marginal que no tenía convicciones rotundas como Sartre, porque Camus era el hombre que dudaba. Una vez dijo: “Creo en la justicia, pero si la justicia se mete con mi madre, no creo tanto en la justicia”. En El hombre rebelde se pregunta qué es la novela y por qué se escriben novelas. En el diccionario se define a la novela como mentira escrita en prosa. ¿Por qué escribimos mentiras en prosa? Camus decía que la novela es un acto de rebeldía contra el destino humano absurdo, venimos de la nada y hacia la nada vamos, y nunca sabemos cuándo se ha cumplido nuestro destino.


ALFREDO BRYCE ECHENIQUE: “La novela es acto de rebeldía contra el destino”, entrevista de Silvina Friera publicada el 16 de abril de 2005 en Página/12. Toda la entrevista AQUÍ

Beauvoir sobre Colette


Creo que habrás oído hablar de Colette, es la única escritora auténticamente grande que hay en Francia, una escritora realmente buena. En su juventud fue una mujer bellísima, que bailó en los teatros, se acostó con muchos hombres, escribió novelas pornográficas primero y buenas novelas después. Adoraba el campo, las flores, los animales y hacer el amor, y también adoraba la sofisticación; se acostó también con mujeres. Le gustaba la buena mesa y el buen vino, en fin, adoraba las cosas buenas de la vida, y habló maravillosamente de todo ello. Ahora tiene 75 años, y aún conserva unos ojos fascinantes y una cara triangular y gatuna; está muy gorda y un poco sorda, pero sabe contar historias, y sabe reírse y sonreír de una forma inimaginable en una mujer más joven y más bella. Se pasó toda la noche hablando con Cocteau del barrio en que viven los dos, el Palais-Royal, que es sin duda uno de los mejores barrios de París. Describieron cómo viven allí las viejas putas, las tiendecitas, los cafetines, la gente del barrio, y lo hicieron con tanta humanidad y con tanto sentido del humor que todos los escuchamos fascinados. Espero volver a verla. A través de sus libros me enamoré de ella cuando era una jovencita, de modo que para mí fue muy importante estar con ella. No deja de ser extraña una mujer ya anciana que ha vivido tanto, tan febrilmente y con tanta libertad, pues es mucho lo que sabe y ya no le importa nada: para ella, todo ha terminado.


SIMONE DE BEAUVOIR, carta enviada el 7 de marzo de 1948 a Nelson Algren, recogida en Cartas a Nelson Algren, Lumen, Barcelona, 1997, traducción de Miguel Martínez-Lage, pág. 208.

Armas Marcelo sobre Cabrera Infante


La Habana para un infante difunto
es el libro que más he comprado y regalado a mis amigos cubanos del interior, los mismos que por la razón o sinrazón que sea han decidido, a pesar de los muchos pesares, no abandonar la isla. Cada vez que estuve a punto de volar a Cuba, cuando les pregunté qué necesitaban, casi siempre obtuve (y obtengo todavía) las mismas o parecidas respuestas: "Cuando vengas, no te olvides de mi Habana"; "Si vas a venir, tráeme un par de Habanas"; «Tráeme un Habana de regalito cuando regresas para acá, ¿tú oíste? Oká».

Igualmente confieso que La Habana... es uno de los libros que más he releído en estos últimos años, en los que tanto escribí de Cuba y de La Habana, y no sólo por eso (de modo que me declaro explícito deudor de Cabrera Infante, sin más miramientos), sino por ejercicio de lector compulsivo que encontró, entre las mil maravillas de otros libros, un hallazgo excepcional y por tanto, inolvidable en ese libro habanero de lo más. 

Varios secretos a voces se esconden todas las veces en las páginas de La Habana... de Cabrera. En primer lugar, cada ejemplar del libro que circula libre  pero secreto –una gran paradoja– dentro de la isla es un ser vivo, rebelde y maduro que respira transformado en fetiche manoseado, deseado y sorbido como una suerte de sujeto sexual inalterable al tiempo y al espacio; un objeto cultural absorbido y leído hasta la saciedad sin provocar el más mínimo hartazgo ni hastío, porque devino en incontestable e intemporal sacralidad de la memoria; un catalizador del alma habanera que, al estar además totalmente prohibido, respira como un mito escondido en las bibliotecas de La Habana. Como un Elegguá que no perece y abre todos los caminos del recuerdo para que la ciudad no se olvide a sí misma, aunque muchos ni la recuerdan ni la conocieron como Cabrera la describe en sus tatuajes literarios. Como que  todos saben allí que La Habana... es el espíritu vivo de una memoria que, en su fuero interno, cualquier habanero quiere convertir en la memoria de su propia alma.

En segundo lugar, además de su inmenso valor literario, histórico, musical, sentimental y civil el libro es dentro de Cuba un valor de cambio del más alto y carismático mercurio en el mercado de la vida cotidiana. Un ejemplar de La Habana... de Cabrera puede resolver la supervivencia física de una familia habanera durante una semana: leche condensada, aceite, carne de pollo, huevos, viandas de todo género, pasta de dientes, ropa, luz brillante. Todo sirve para ser intercambiado en la bolsa negra por un fulgurante ejemplar de La Habana... de Cabrera. En tercer lugar, porque  es el libro más dañino del más dañino escritor cubano; porque además, por cruel y feliz paradoja –irritante oxímoron–, es el libro más descaradamente deseado y recordado, el más leído y el más admirado en los últimos veinte años a lo largo y ancho de La Habana y toda Cuba, ámbitos legendarios donde la realidad es mucho más subterránea, y sin embargo evidente, que en cualquier otro lugar de nuestros consanguíneos universos culturales.

Fuera de Cuba, con La Habana... de Cabrera Infante ocurre todavía a estas alturas otro tanto de lo mismo: se debate, se discute, se rechaza por las detractores del escritor, se aplaude hasta la extenuación, y ya a carcajadas de salud por quienes lo admiramos, pero sobre todo se lee, nos lee mientras lo leemos, y además no ha dejado de leerse desde el primer instante de su publicación. Sucede con La Habana... algo muy parecido a lo que sucede con algunas bellísimas mujeres de gran clase: conforme avanza el tiempo de la madrugada, cuando ya decae la fiesta de disfraces y los rostros comienzan a exhibirse sin los maquillajes y afeites que mantenían la máscara, esas mujeres van subiendo peldaños en su belleza conforme pasa el tiempo y los años de la fiesta, en lugar de ir perdiendo brillo y fulgor, que es la norma de la gente corriente, incluidas las bellas mujeres que lo son sin dejar de ser corrientes. Porque La Habana... es un libro tan singular que, a lo largo de años de circulación editorial y lectura multitudinaria, se ha transformado en un obligado y admiradísimo referente de la literatura de la lengua española de América, una caja de sorpresas llena de sensualidad sexualidad y memoria personal y colectiva; un libro pleno de musicalidades, visiones, divergencias, sugerencias; equivalencias, exuberancias, maravillas y juegos de toda índole (y no sólo el pun, el juego de palabras).  


J.J. ARMAS MARCELO, fragmento del prólogo a GUILLERMO CABRERA INFANTE, La Habana para un infante difunto, El Mundo, Bibliotex, 2001, págs. 5 y 6.


Pavese sobre Shakespeare


Superior a los antiguos y a los modernos –a la imagen distracción y a la imagen relato– es Shakespeare, que construye vastamente y es además toda una mirada por la ventana; parte de una imagen que brota de una raíz austeramente humana y construye la escena, todo el playcomo una interpretación  imaginista del estado de ánimo. Esto debe nacer de la felicísima técnica dramática para la que todo es humanidad –la naturaleza, inferior– pero también todo, en el lenguaje imaginoso de sus personajes, es naturaleza. Tiene a mano fragmentos líricos, de los que hace una estructura sólida. Cuenta, en resumen, y canta indisolublemente, único en el mundo.


CESARE PAVESE, El oficio de vivir, El País, Madrid, 2003, traducción de Ángel Crespo, pág. 15.

Baquero sobre Lezama Lima


Jamás hemos tenido un artista tan responsable, tan heroico. Haberle conocido es una dicha. Recuerdo que una vez, una persona muy famosa, muy conocida, me dijo: «No puedo explicarme cómo tiene usted tanta veneración por este sujeto, y llega a llamarle maestro; para mí él no es más que un gongorino retrasado e indigesto, un anacrónico. Me manda sus libros y yo ni los abro, no los leo».

En respuesta a este ilustre «hombre público» (es curioso, de paso, esto de que llamarle a alguien «hombre público» sea un elogio, mientras que se lo decimos a una mujer la estamos ofendiendo), le dije con la mayor serenidad posible: «Mire, don Fulano, de usted y de mí se hablará el siglo que viene en función de lo que hayamos hecho con Lezama. Yo tengo un puesto asegurado, para siempre, en la literatura cubana, porque fui la primera persona que publicó un artículo en elogio de la obra de este hombre». (Me estaba refiriendo a un trabajo publicado en el periódico El Mundo, a página entera, con dibujo de Lezama por Portocarrero, año 1942. Este trabajo fue reproducido hace poco en Nueva York por Florencio García Cisneros, en su revista Noticias de Arte).

Sobre el tema de «la influencia», sólo puedo decir que si se llama influencia a la imitación, a la búsqueda de un parecido, o a la copia de un estilo, creo que nunca existió una influencia de la poesía de Lezama en lo que yo hacía. Su influencia sobre mí, como sobre muchas otras personas, fue más bien de ambiente, de personalidad. Tratarle era acercarse a un mundo intelectual riquísimo, a una constante apelación a la inteligencia, a la seriedad, a la búsqueda de una expresión más depurada. No he conocido nunca persona con mayor proyección, irradiación si se quiere. Su magisterio efundía de su actitud ante la cultura. Eso que atribuyen a Rilke de que el poeta es poeta hasta cuando se lava las manos, se daba a la perfección en Lezama. Aun su glotonería estaba llena de literatura. Sin proponérselo, porque en el fondo era muy modesto, ejercía una influencia arrolladora. Tenía una de las risas más estrepitosas y agradables, por sonoras, por musicales, que he escuchado nunca. Un hombre que sabe reírse a gusto es siempre una buena persona, y más si es grueso, corpulento. Si algún día me convenzo de que tiene interés la rememoración de lo estrictamente personal tratándose de un artista de esta categoría, puede que cuente anécdotas, frases, chistes. Pero, ¿qué interés tiene nada de eso, que es trivial, que se da en todo el mundo, si tenemos delante una obra de la magnitud y de la significación de la forjada por Lezama en toda una vida de creador, de artista? La cercanía de su persona nos impide ver su grandeza. Hemos asistido a todo un gran siglo, y no lo sabemos, no lo advertimos.


GASTÓN BAQUERO, entrevista de Felipe Lázaro recogida en Conversación con Gastón Baquero, Betania, Madrid, 1987, págs. 27 y 28.

Umbral sobre Unamuno y Valle-Inclán


Todo el 98 podría dividirse en hidalgos y señorucos. Hidalgos son Unamuno y Valle. Señorucos son Baroja y Azorín. Por hidalgo entiendo yo ahora el escritor y el hombre que ha puesto su vida y su obra, ya de entrada, a un nivel alto, de exigencia ética y estética, en conexión directa con las grandes corrientes de la Historia. El escritor que no quiere limitarse a hacer una novela o unos poemas, sino que aspira a sustituir el mundo, según dijimos a propósito de Balzac.

Así, Unamuno, más que a sustituir el mundo, aspira a sustituir a Dios. Esto es una locura tanto si Dios existe como si no, pero es que la literatura de verdad sólo se alimenta de locura y crimen. Lo demás es caligrafía. Valle-Inclán, por su parte, aspira a sustituir todo un idioma, el español, por el suyo propio. He aquí lo descomunal del propósito valleinclanesco, y de donde resultan las otras descomunalidades, dramáticas y personales, del gran escritor. Unamuno no se contenta con menos que ser Dios. Valle no se contenta con menos que ser él el español, todos los españoles que se hablan y escriben en España y América, en la cultura y en la calle.

Estas dos grandes voracidades, la divina y la literaria, hacen grandiosos a don Miguel y don Ramón. Son hombres que han puesto su vida a una aventura absurda y genial. (El precedente de Unamuno, en España, es Santa Teresa; el de Valle, Quevedo).

La genialidad de una obra, pues, es anterior a la obra misma, está en el propósito, en la ambición, en la grandeza con que se concibe esa obra. Todo ello es voluntad de poder, pero es que un escritor sin voluntad de poder se queda en un estilista o en un chismoso. En otros libros he cantado y contado “la escritura perpetua”, que es como llamo a cierto modo de concebir la escritura: la escritura como alienación, la literatura como enfermedad, la literatura como crimen.

Unamuno y Valle son dos ejemplos clásicos de escritura perpetua. Su hidalguía, el ser “hijos de algo”, se la da el que se hacen hijos de su obra, servidores de ella, y de la nobleza y locura del empeño les viene la hidalguía, como a Don Quijote, que es caballero andante antes de echar a andar, es decir, desde el momento en que lo piensa y se lo propone (entiéndase: Cervantes es Cervantes desde el momento en que piensa y ambiciona El Quijote, aunque nunca lo hubiera escrito; el propósito ya vale, en este caso, en estos casos).

Por contraste, Azorín no se propone sustituir el mundo, sino solamente copiarlo con pulcritud y esmero. Y lo consigue, pero de ahí no pasa. Tiene alma de señoruco, porque no aspira a más. Señoruco es el indiano que se contenta con las cuatro perras que le restan de haber hecho las Américas. Azorín hace las Américas de la literatura, saca un capitalito de gloria y le basta. El señoruco del huerto levantino es como si nunca hubiera salido de su pueblo. Lo que mejor explica el estilo de Azorín es esa limitación de propósitos. Escribe corto porque solo va al pueblo de al lado. No tiene prisa ni grandes itinerarios.

Don Pío Baroja parece más vocado y convocado a ganar el mundo, pero lo suyo son viajes de turista pobre. Si Azorín sólo quiere reproducir o caligrafiar el mundo, Baroja sólo quiere zascandilear un poco. Su pesimismo no es grandioso, como el de Nietzsche, porque no hace de él una obra de arte (Cioran, modernamente), sino sólo unos cuantos párrafos de viejo malhumorado (Baroja siempre fue viejo).

La prosa de Baroja es descuidada y torpe porque no es una prosa que se proponga transformar el mundo en texto, sino sólo recoger algunos pintoresquismos de la vida. Paul Valéry dijo que “la sintaxis es una facultad del alma”, y yo lo he repetido mucho. A uno le interesa sobre todo el estilo de un escritor, y no sólo por estética, sino porque en el estilo está la pulsación interior de ese hombre, “la facultad del alma”, la sintaxis de su vida.

Baroja prefiere ser cosmopolita a ser universal, pero le tocó escribir en una época de grandes cosmopolitas (Paul Morand, Blaise Cendrars, etc.) y ni siquiera llega al cosmopolitismo, pues que nunca se integra en los mundos que visita, sino que siempre es el palurdo que se asoma a los grandes escaparates y jamás entra en la tienda. A Baroja le cuadra bien lo que Solana dijo de París: “Se ve que es una ciudad que ha tenido mucho comercio.”


FRANCISCO UMBRAL, Las palabras de la tribu, Planeta, Barcelona, 1994, págs. 53-55.

Benedetti sobre Neruda y Vallejo


Hoy en día parece bastante claro que, en la actual poesía hispanoamericana, las dos presencias tutelares se llaman Pablo Neruda y César Vallejo. No pienso meterme aquí en el atolladero de decidir qué vale más: si el caudal incesante, avasallador, abundante en plenitudes, del chileno, o el lenguaje seco a veces, irregular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento, del peruano. Más allá de discutibles o gratuitos cotejos, creo sin embargo que es posible relevar una esencial diferencia en cuanto tiene relación con las influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las generaciones posteriores, que inevitablemente reconocen su magisterio.

En tanto que Neruda ha sido una influencia más bien paralizante, casi diría frustránea, como si la riqueza de su torrente verbal sólo permitiera una imitación sin escapatoria, Vallejo, en cambio, se ha constituido en motor y estímulo de los nombres más auténticamente creadores de la actual poesía hispanoamericana. No en balde la obra de Nicanor Parra, Sebastián Salazar Bondy, Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar y Juan Gelman, revelan, ya sea por vía directa, ya por influencia interpósita, la marca vallejiana; no en balde, cada uno de ellos tiene, pese a ese entronque común, una voz propia e inconfundible. (A esa nómina habría que agregar otros nombres como Idea Vilariño, Pablo Armando Fernández, Enrique Lihn, Claribel Alegría, Humberto Megget o Joaquín Pasos, que, aunque situados a mayor distancia de Vallejo que los antes mencionados, de todos modos están en sus respectivas actitudes frente al hecho poético más cerca del autor de Poemas humanos que del de Residencia en la tierra).

Es bastante difícil hallar una explicación verosímil a ese hecho que me parece innegable. Sin perjuicio de reconocer que, en poesía, las afinidades eligen por sí mismas las vías más imprevisibles o los nexos más esotéricos, y unas y otros suelen tener poco que ver con lo verosímil, quiero arriesgar sobre el mencionado fenómeno una interpretación personal. 

La poesía de Neruda es, antes que nada, palabra. Pocas obras se han escrito, o se escribirán, en nuestra lengua, con un lujo verbal tan asombroso como las primeras Residencias o como algunos pasajes del Canto general. Nadie como Neruda para lograr un insólito centelleo poético mediante el simple acoplamiento de un sustantivo y un adjetivo que antes jamás habían sido aproximados. Claro que en la obra de Neruda hay también sensibilidad, actitudes, compromiso, emoción, pero (aun cuando el poeta no siempre lo quiera así) todo parece estar al noble servicio de su verbo. La sensibidad humana, por amplia que sea, pasa en su poesía casi inadvertida ante la más angosta sensibilidad del lenguaje; las actitudes y compromisos políticos, por detonantes que parezcan, ceden en importancia frente a la actitud y el compromiso artísticos que el poeta asume frente a cada palabra, frente a cada uno de sus encuentros y desencuentros. Y así con la emoción y con el resto. A esta altura, yo no sé qué es más creador en los divulgadísimos Veinte poemas: si las distintas estancias de amor que le sirven de contexto o la formidable capacidad para hallar un original lenguaje destinado a cantar ese amor. Semejante poder verbal puede llegar a ser tan hipnotizante para cualquier poeta, lector de Neruda, que si bien, como todo paradigma, lo empuja a la imitación, por otra parte, dado el carácter del deslumbramiento, lo constriñe a una zona tan específica que hace casi imposible el renacimiento de la originalidad. El modo metaforizador de Neruda tiene tanto poder, que a través de incontables acólitos o seguidores o epígonos, reaparece como un gen imborrable, inextinguible. El legado de Vallejo, en cambio, llega a sus destinatarios por otras vías y moviendo quizás otros resortes. Nunca, si siquiera en sus mejores momentos, la poesía del peruano da la impresión de una espontaneidad torrencial. Es evidente que Vallejo (como Unamuno) lucha denodadamente con el lenguaje, y muchas veces, cuando consigue al fin someter la indómita palabra, no puede evitar que aparezcan en ésta las cicatrices del combate. Si Neruda posee morosamente a la palabra, con pleno consentimiento de ésta, Vallejo en cambio la posee violentándola, haciéndole decir y aceptar por la fuerza un nuevo y desacostumbrado sentido. Neruda rodea a la palabra de vecindades insólitas, pero no violenta su significado esencial; Vallejo, en cambio, obliga a la palabra a ser y decir algo que no figuraba en su sentido estricto. Neruda se evade pocas veces del diccionario; Vallejo, en cambio, lo contradice de continuo.

El combate que Vallejo libra con la palabra, tiene la extraña armonía de su temperamento anárquico, disentidor, pero no posee obligatoriamente una armonía literaria, dicho sea esto en el más ortodoxo de sus sentidos. Es como espectáculo humano (y no sólo como ejercicio puramente artístico) que la poesía de Vallejo fascina a su lector, pero una vez que tiene lugar ese primer asombro, todo el resto pasa a ser algo subsidiario, por valioso e ineludible que ese restó resulte como intermediación.

Desde el momento que el lenguaje de Vallejo no es lujo sino disputada necesidad, el poeta-lector no se detiene allí, no es encandilado. Ya que cada poema es un campo de batalla, es preciso ir más allá, buscar el fondo humano, encontrar al hombre, y entonces sí, apoyar su actitud, participar en su emoción, asistirlo en su compromiso, sufrir con su sufrimiento. Para sus respectivos poetas-lectores, vale decir para sus influidos, Neruda funciona sobre todo como un paradigma literario; Vallejo, en cambio, así sea a través de sus poemas, como un paradigma humano.

Es tal vez por eso que su influencia, cada día mayor, no crea sin embargo meros imitadores. En el caso de Neruda lo más importante es el poema en sí; en el caso de Vallejo, lo más importante suele ser lo que está antes (o detrás) del poema. En Vallejo hay un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de rebelión, de desgarramiento, de algo que podríamos llamar soledad fraternal, y es en ese fondo donde hay que buscar las hondas raíces, las no siempre claras motivaciones de su influencia.

A partir de un estilo poderosamente personal, pero de clara estirpe literaria, como el de Neruda, cabe encontrar seguidores sobre todo literarios que no consiguen llegar a su propia originalidad, o que llegarán más tarde a ella por otros afluentes, por otros atajos. A partir de un estilo como el de Vallejo, construido poco menos que a contrapelo de lo literario, y que es siempre el resultado de una agitada combustión vital, cabe encontrar, ya no meros epígonos o imitadores, sino más bien auténticos discípulos, para quienes el magisterio de Vallejo comienza antes de su aventura literaria, la atraviesa plenamente y se proyecta hasta la hora actual.

Se me ocurre que de todos los libros de Neruda, sólo hay uno, Plenos poderes, en que su vida personal liga entrañablemente a su expresión poética. (Curiosamente, es quizá el título menos apreciado por la crítica, habituada a celebrar otros destellos en la obra del poeta; para mi gusto, ese libro austero, sin concesiones, de ajuste consigo mismo, es de lo más auténtico y valioso que ha escrito Neruda en los últimos años. Someto al juicio del lector esta inesperada confirmación de mi tesis: de todos los libros del gran poeta chileno, Plenos poderes es, a mi juicio, el único en que son reconocibles ciertas legítimas resonancias de Vallejo). En los otros libros, los vericuetos de la vida personal importan mucho menos, o aparecen tan transfigurados, que la nitidez metafórica hace olvidar por completo la validez autobiográfica. En Vallejo, la metáfora nunca impide ver la vida; antes bien, se pone a su servicio. Quizá habría que concluir que en la influencia de Vallejo se inscribe una irradiación de actitudes, o sea, después de todo, un contexto moral. Ya sé que sobre esta palabra caen todos los días varias paladas de indignación científica. Afortunadamente, los poetas no siempre están al día con las últimas noticias. No obstante, es un hecho a tener en cuenta: Vallejo, que luchó a brazo partido con la palabra pero extrajo de sí mismo una actitud de incanjeable calidad humana, está milagrosamente afirmado en nuestro presente, y no creo que haya crítica, o esnobismo, o mala conciencia, que sean capaces de desalojarlo.


MARIO BENEDETTI, Vallejo y Neruda: dos modos de influir, Letras del continente mestizo, Arca, Montevideo, 1972, recogido digitalmente en Fundación El Libro Total (AQUÍ)

Piglia sobre Brecht


Antes hablábamos de los escritores que podían considerarse centrales en la experiencia de cada uno; en mi caso, un escritor que ha sido fundamental es Bertolt Brecht. Para mí Bertolt Brecht es básicamente alguien capaz de hacer un trabajo paralelo como poeta, como autor teatral o como narrador. Brecht abre camino a un tipo de reflexión sobre la literatura distinto a la reflexión sobre la literatura que encontramos en la gran tradición crítica. Habría, entonces, una tradición de historiadores de la literatura, de críticos de la literatura, de teóricos de la literatura, que desarrollan un tipo particular de periodización, de historización. Y luego otra tradición, y otra historia, que se bifurca o escinde de esa tradición central, menos definida o menos estudiada, que tiene que ver con la manera en que los escritores, a menudo de una manera tangencial a su trabajo central, en ensayos que a veces aparecen en los diarios, en cartas, en distintos tipos de intervenciones, han pensado la literatura desde una óptica diferente, desde el lugar del que escribe. Es un espacio importantísimo de reflexión sobre la literatura, otra tradición, la tradición de lectura de los escritores. Esto supone que la literatura está pensada en términos de construcción más que de interpretación, en términos de cómo se construyen los textos más que de cómo se interpretan. Lo que uno encuentra en los ensayos de Brecht o Valéry, en los ensayos de Borges mismo, son ciertas reflexiones sobre el problema de construcción de los textos, mientras que en la historia de la crítica lo que uno encuentra son interpretaciones y luchas de interpretaciones.


RICARDO PIGLIA, Por un relato futuro: Conversaciones con Juan José Saer, Anagrama, Barcelona, 2015, págs. 71 y 72.

Muñoz Molina sobre Tsvetayeva


Su voz es incomparable, cada vez más extrema en su percepción de todo, en el filo entre el arrebato poético y el trastorno mental, pero su oído para las otras voces despierta la misma admiración, lo cual es singular en un poeta. En los cuadernos de Tsvietáieva hay una taquigrafía de palabras escuchadas y registradas al instante, voces de gente de cualquier clase y cualquier origen, voces más claras porque casi siempre están despojadas de un contexto preciso: es gente que habla en un tren, o en una oficina sórdida, o en el funeral de alguien que se ha ahorcado; voces que nos llegan como si nosotros las estuviéramos escuchando y también como si sonaran en la conciencia febril de quien no puede dejar de poner oído ni de fijarse en todo. Tsvietáieva decía que ella no escribía, que solo transcribía: transcribía la voz de su conciencia testimonial y poética y las voces de la gente con la que se encontraba. En una época de terribles certezas, decía que le faltaba una concepción del mundo, pero que tenía una gran “sensación del mundo”. En medio de la pobreza y del frío, disfrutaba de un rapto de plenitud que le llevaba a escribir apuntes de poemas en las paredes de su cuarto. Sobrevivió gracias al exilio, al caos de los primeros años de la revolución, pero no al orden sanguinario de la dictadura de Stalin. Murió en la desesperación, ahorcada de una viga en 1941. Triste justicia que su voz sea ahora tan nítida.


ANTONIO MUÑOZ MOLINA, La voz de Marina Tsvietáieva, El País, 13 de febrero de 2016. Todo el artículo AQUÍ

Nietzsche sobre Hölderlin


19 de octubre de 1861

Carta a mi amigo en la que le recomiendo la lectura de mi poeta preferido

Querido amigo:

Algunos comentarios de tu última carta, a propósito de Hölderlin, me han sorprendido mucho, por eso me siento impulsado a salir a la palestra y, en pugna contigo, defender a mi poeta preferido. Quiero poner una vez más ante tus ojos tus duras e injustas palabras (tal vez sostengas ahora otra opinión): «Que Hölderlin pueda ser tu poeta preferido es algo que no logro explicarme. En mí, al menos, han producido esos tonos confusos y semidelirantes, surgidos de un ánimo desgarrado y destruido, una sensación de tristeza, e incluso, a veces, de repugnancia. Oscura palabrería y, a menudo, pensamientos que parecen sacados del manicomio, violentas invectivas contra Alemania, idolatría del mundo pagano, tan pronto naturalismo, tan pronto politeísmo sin orden ni concierto... ésta es la impronta de sus poemas, por lo demás, escritos en correctos metros griegos». ¡En correctos metros griegos! ¡Dios mío! ¿Es ésta tu única alabanza?

Esos versos (y sólo por hablar de su forma externa) manan del más puro y dulce de los ánimos, estos versos que en su naturalidad y originalidad oscurecen el arte y la perfección formal de un Platen, estos versos, que bien se alzan majestuosos al ritmo de sus odas, bien se pierden en los tonos más dulces de la melancolía, a estos versos, no puedes alabarlos más que con el insípido y vulgar término «correctos»?

Y, ciertamente, no es ésta la mayor injusticia. ¡Oscura palabrería y, a veces, pensamientos que parecen sacados del manicomio! De tus desdeñosas palabras concluyo, en primer lugar, que eres víctima de un absurdo prejuicio contra Hölderlin, y, en segundo lugar, y sobre todo, que sólo posees de sus obras una idea muy vaga, pues tú ni has leído sus poemas ni el resto de sus obras. Parece ser que crees que Hölderlin sólo ha escrito poesías. Por lo tanto, ni siquiera conoces su Empédocles, ese fragmento dramático pleno de significado, en cuyos tonos melancólicos resuena el futuro del infeliz poeta, la tumba de los largos años de locura, pero no como dices, «con oscura palabrería», sino en el más puro lenguaje de Sófocles y en una plenitud infinita de profundos pensamientos. Tampoco conoces el Hiperión, que con el movimiento armonioso de su prosa, con la sublimidad y belleza de las figuras que en ella emergen, produce en mí una impresión similar a la que produciría el choque del oleaje de un mar embravecido. De hecho, esa prosa es música, una fusión de dulces tonos interrumpidos por dolorosas disonancias, rematada finalmente, por melancólicos e inquietantes cánticos funerarios. Pero lo dicho se refiere ante todo a la forma externa; permíteme ahora añadir algunas palabras sobre la plenitud del pensamiento de Hölderlin, que tú consideras, según parece, embrollado y oscuro. Aunque tu crítica se ajuste a algunos poemas de la época de la locura, y de igual forma, si en el período anterior su profundidad de espíritu tiene que luchar a veces contra la irrupción de la incipiente noche de la locura, la mayor parte de sus poemas son, en general, y con mucho, las perlas más puras y preciosas de nuestra poesía. Basta con que te cite poemas como «Regreso a la tierra natal», «El torrente encadenado», «Ocaso», «El aeda ciego», y tú mismo puedes observar las últimas estrofas de «Fantasía del atardecer», en las que el poeta expresa un profundo, melancólico e inmenso deseo de paz.

"Por el cielo crepuscular la primavera abre;

rosas innúmeras florecen; quieto semeja

el mundo áureo. Oh, llevadme hacia allá,

purpúreas nubes, y que allá arriba


en aire y luz se aneguen mi amor y sufrimiento.

Pero como ahuyentado por inútil pregunta

el encanto se va. La noche cae. Y solitario

bajo el cielo, como siempre, estoy yo.


Ven ahora tú, dulce sopor. Anhela demasiado

el corazón;  mas ahora ya, oh juventud,

también vas apagándote, soñolienta, intranquila.

Quieta y apacible es entonces la vejez."

En otros poemas, especialmente en «Recuerdo» y en «Peregrinación», el poeta nos eleva hasta el más alto ideal, y sentimos con él que ése era su elemento genuino. Finalmente hay además una buena cantidad de interesantes poemas en los que el autor manifiesta a los alemanes verdades amargas que, por desgracia, están más que fundamentadas. También en Hiperión arroja agudas y cortantes palabras contra la «barbarie» alemana. Sin embargo, en realidad, tamaño desprecio es conciliable con el mayor de los patriotismos, que Hölderlin poseía, ciertamente, en alto grado. Pero odiaba en el alemán al simple especialista, al filisteo.

En el drama sin concluir, Empédocles, el poeta nos revela su propia naturaleza. La muerte de Empédocles es una muerte causada por orgullo divino, por desprecio a los hombres, por náusea de la tierra y por panteísmo. Siempre me conmueve de forma especial la lectura de esta obra; en el Empédocles se encarna una divina sublimidad. En Hiperión, en cambio, aunque resplandeciente de un esplendor que lo transfigura, es todo insuficiente e incompleto; las figuras que el poeta evoca como por encantamiento son «aéreas criaturas que con su vibración musical suscitan en torno nuestro la nostalgia, nos seducen y empalagan, pero también nos dejan un deseo insatisfecho». Sin embargo, en ninguna otra parte se manifiesta con tanta pureza la nostalgia de Grecia como aquí, en lugar alguno se muestra tan clara la afinidad espiritual del alma de Hölderlin con la de Schiller y Hegel, su fiel amigo.

Demasiado poco he podido tratar hasta aquí, pero, querido amigo, he de dejar que tú mismo te formes una idea del infeliz poeta con los rasgos que aquí te he expuesto. El hecho de que no responda a las objeciones que le haces a propósito de lo contradictorio de sus puntos de vista religiosos, es algo que debes achacar a mi escaso conocimiento de la filosofía que se necesita para proceder a una consideración más detenida de este aspecto. Quizás algún día te tomes el trabajo de acercarte a este punto y, mediante su esclarecimiento, derramar algo de luz sobre las causas de su derrumbe espiritual, que, por otra parte, difícil será que sólo aquí tengan sus raíces.

Espero que sepas perdonarme el hecho de que, debido a mi entusiasmo, haya utilizado a veces duras palabras contra ti; sólo deseo –y éste es el propósito de mi carta– moverte mediante ellas a una valoración libre de prejuicios del poeta de quien la mayor parte de su pueblo apenas sólo conoce el nombre.

Tu amigo

FW Nietzsche


FRIEDRICH NIETZSCHE, De mi vida. Escritos autobiográficos de juventud, El Club Diógenes, Valdemar, 2016, traducción de Luis Fernando Moreno Claros.