19 de octubre de 1861
Carta a mi amigo en la que le recomiendo la lectura de mi poeta preferido
Querido amigo:
Algunos comentarios de tu última carta, a propósito de Hölderlin, me han sorprendido mucho, por eso me siento impulsado a salir a la palestra y, en pugna contigo, defender a mi poeta preferido. Quiero poner una vez más ante tus ojos tus duras e injustas palabras (tal vez sostengas ahora otra opinión): «Que Hölderlin pueda ser tu poeta preferido es algo que no logro explicarme. En mí, al menos, han producido esos tonos confusos y semidelirantes, surgidos de un ánimo desgarrado y destruido, una sensación de tristeza, e incluso, a veces, de repugnancia. Oscura palabrería y, a menudo, pensamientos que parecen sacados del manicomio, violentas invectivas contra Alemania, idolatría del mundo pagano, tan pronto naturalismo, tan pronto politeísmo sin orden ni concierto... ésta es la impronta de sus poemas, por lo demás, escritos en correctos metros griegos». ¡En correctos metros griegos! ¡Dios mío! ¿Es ésta tu única alabanza?
Esos versos (y sólo por hablar de su forma externa) manan del más puro y dulce de los ánimos, estos versos que en su naturalidad y originalidad oscurecen el arte y la perfección formal de un Platen, estos versos, que bien se alzan majestuosos al ritmo de sus odas, bien se pierden en los tonos más dulces de la melancolía, a estos versos, no puedes alabarlos más que con el insípido y vulgar término «correctos»?
Y, ciertamente, no es ésta la mayor injusticia. ¡Oscura palabrería y, a veces, pensamientos que parecen sacados del manicomio! De tus desdeñosas palabras concluyo, en primer lugar, que eres víctima de un absurdo prejuicio contra Hölderlin, y, en segundo lugar, y sobre todo, que sólo posees de sus obras una idea muy vaga, pues tú ni has leído sus poemas ni el resto de sus obras. Parece ser que crees que Hölderlin sólo ha escrito poesías. Por lo tanto, ni siquiera conoces su Empédocles, ese fragmento dramático pleno de significado, en cuyos tonos melancólicos resuena el futuro del infeliz poeta, la tumba de los largos años de locura, pero no como dices, «con oscura palabrería», sino en el más puro lenguaje de Sófocles y en una plenitud infinita de profundos pensamientos. Tampoco conoces el Hiperión, que con el movimiento armonioso de su prosa, con la sublimidad y belleza de las figuras que en ella emergen, produce en mí una impresión similar a la que produciría el choque del oleaje de un mar embravecido. De hecho, esa prosa es música, una fusión de dulces tonos interrumpidos por dolorosas disonancias, rematada finalmente, por melancólicos e inquietantes cánticos funerarios. Pero lo dicho se refiere ante todo a la forma externa; permíteme ahora añadir algunas palabras sobre la plenitud del pensamiento de Hölderlin, que tú consideras, según parece, embrollado y oscuro. Aunque tu crítica se ajuste a algunos poemas de la época de la locura, y de igual forma, si en el período anterior su profundidad de espíritu tiene que luchar a veces contra la irrupción de la incipiente noche de la locura, la mayor parte de sus poemas son, en general, y con mucho, las perlas más puras y preciosas de nuestra poesía. Basta con que te cite poemas como «Regreso a la tierra natal», «El torrente encadenado», «Ocaso», «El aeda ciego», y tú mismo puedes observar las últimas estrofas de «Fantasía del atardecer», en las que el poeta expresa un profundo, melancólico e inmenso deseo de paz.
"Por el cielo crepuscular la primavera abre;
rosas innúmeras florecen; quieto semeja
el mundo áureo. Oh, llevadme hacia allá,
purpúreas nubes, y que allá arriba
en aire y luz se aneguen mi amor y sufrimiento.
Pero como ahuyentado por inútil pregunta
el encanto se va. La noche cae. Y solitario
bajo el cielo, como siempre, estoy yo.
Ven ahora tú, dulce sopor. Anhela demasiado
el corazón; mas ahora ya, oh juventud,
también vas apagándote, soñolienta, intranquila.
Quieta y apacible es entonces la vejez."
En otros poemas, especialmente en «Recuerdo» y en «Peregrinación», el poeta nos eleva hasta el más alto ideal, y sentimos con él que ése era su elemento genuino. Finalmente hay además una buena cantidad de interesantes poemas en los que el autor manifiesta a los alemanes verdades amargas que, por desgracia, están más que fundamentadas. También en Hiperión arroja agudas y cortantes palabras contra la «barbarie» alemana. Sin embargo, en realidad, tamaño desprecio es conciliable con el mayor de los patriotismos, que Hölderlin poseía, ciertamente, en alto grado. Pero odiaba en el alemán al simple especialista, al filisteo.
En el drama sin concluir, Empédocles, el poeta nos revela su propia naturaleza. La muerte de Empédocles es una muerte causada por orgullo divino, por desprecio a los hombres, por náusea de la tierra y por panteísmo. Siempre me conmueve de forma especial la lectura de esta obra; en el Empédocles se encarna una divina sublimidad. En Hiperión, en cambio, aunque resplandeciente de un esplendor que lo transfigura, es todo insuficiente e incompleto; las figuras que el poeta evoca como por encantamiento son «aéreas criaturas que con su vibración musical suscitan en torno nuestro la nostalgia, nos seducen y empalagan, pero también nos dejan un deseo insatisfecho». Sin embargo, en ninguna otra parte se manifiesta con tanta pureza la nostalgia de Grecia como aquí, en lugar alguno se muestra tan clara la afinidad espiritual del alma de Hölderlin con la de Schiller y Hegel, su fiel amigo.
Demasiado poco he podido tratar hasta aquí, pero, querido amigo, he de dejar que tú mismo te formes una idea del infeliz poeta con los rasgos que aquí te he expuesto. El hecho de que no responda a las objeciones que le haces a propósito de lo contradictorio de sus puntos de vista religiosos, es algo que debes achacar a mi escaso conocimiento de la filosofía que se necesita para proceder a una consideración más detenida de este aspecto. Quizás algún día te tomes el trabajo de acercarte a este punto y, mediante su esclarecimiento, derramar algo de luz sobre las causas de su derrumbe espiritual, que, por otra parte, difícil será que sólo aquí tengan sus raíces.
Espero que sepas perdonarme el hecho de que, debido a mi entusiasmo, haya utilizado a veces duras palabras contra ti; sólo deseo –y éste es el propósito de mi carta– moverte mediante ellas a una valoración libre de prejuicios del poeta de quien la mayor parte de su pueblo apenas sólo conoce el nombre.
Tu amigo
FW Nietzsche
FRIEDRICH NIETZSCHE, De mi vida. Escritos autobiográficos de juventud, El Club Diógenes, Valdemar, 2016, traducción de Luis Fernando Moreno Claros.