Jamás hemos tenido un artista tan responsable, tan heroico. Haberle conocido es una dicha. Recuerdo que una vez, una persona muy famosa, muy conocida, me dijo: «No puedo explicarme cómo tiene usted tanta veneración por este sujeto, y llega a llamarle maestro; para mí él no es más que un gongorino retrasado e indigesto, un anacrónico. Me manda sus libros y yo ni los abro, no los leo».
En respuesta a este ilustre «hombre público» (es curioso, de paso, esto de que llamarle a alguien «hombre público» sea un elogio, mientras que se lo decimos a una mujer la estamos ofendiendo), le dije con la mayor serenidad posible: «Mire, don Fulano, de usted y de mí se hablará el siglo que viene en función de lo que hayamos hecho con Lezama. Yo tengo un puesto asegurado, para siempre, en la literatura cubana, porque fui la primera persona que publicó un artículo en elogio de la obra de este hombre». (Me estaba refiriendo a un trabajo publicado en el periódico El Mundo, a página entera, con dibujo de Lezama por Portocarrero, año 1942. Este trabajo fue reproducido hace poco en Nueva York por Florencio García Cisneros, en su revista Noticias de Arte).
Sobre el tema de «la influencia», sólo puedo decir que si se llama influencia a la imitación, a la búsqueda de un parecido, o a la copia de un estilo, creo que nunca existió una influencia de la poesía de Lezama en lo que yo hacía. Su influencia sobre mí, como sobre muchas otras personas, fue más bien de ambiente, de personalidad. Tratarle era acercarse a un mundo intelectual riquísimo, a una constante apelación a la inteligencia, a la seriedad, a la búsqueda de una expresión más depurada. No he conocido nunca persona con mayor proyección, irradiación si se quiere. Su magisterio efundía de su actitud ante la cultura. Eso que atribuyen a Rilke de que el poeta es poeta hasta cuando se lava las manos, se daba a la perfección en Lezama. Aun su glotonería estaba llena de literatura. Sin proponérselo, porque en el fondo era muy modesto, ejercía una influencia arrolladora. Tenía una de las risas más estrepitosas y agradables, por sonoras, por musicales, que he escuchado nunca. Un hombre que sabe reírse a gusto es siempre una buena persona, y más si es grueso, corpulento. Si algún día me convenzo de que tiene interés la rememoración de lo estrictamente personal tratándose de un artista de esta categoría, puede que cuente anécdotas, frases, chistes. Pero, ¿qué interés tiene nada de eso, que es trivial, que se da en todo el mundo, si tenemos delante una obra de la magnitud y de la significación de la forjada por Lezama en toda una vida de creador, de artista? La cercanía de su persona nos impide ver su grandeza. Hemos asistido a todo un gran siglo, y no lo sabemos, no lo advertimos.
GASTÓN BAQUERO, entrevista de Felipe Lázaro recogida en Conversación con Gastón Baquero, Betania, Madrid, 1987, págs. 27 y 28.