INCLUSO LOS mejores estudios críticos minusvaloran a Emily Dickinson. Emily Dickinson da miedo. Llegar a ella directamente desde Dante, Spenser, Blake y Baudelaire es ver de una forma obvia y flagrante su sadomasoquismo. Los pájaros, las abejas y las manos amputadas constituyen el mareante material de su poesía. Dickinson se asemeja a esos homosexuales que se visten de cuero negro y se adornan con cadenas para dar una visibilidad agresiva a la idea de masculinidad. En su oculta vida interior, esta tímida soltera victoriana era un genio masculino y un sádico visionario, una "persona del sexo" ficticia con una fuerza monumental. Emily Dickinson y Walt Whitman, aparentemente tan distintos, son, en realidad, dos confederados tardorrománticos de la Unión. Los dos son hermafroditas que se rigen por una ley propia y que no quieren ni pueden aparearse. Los dos son voyeurs homosexuales dispuestos a una inclusión sexual total. Los dos son perversos caníbales de la identidad del otro: Whitman en su voraz autosucción y en las invasiones de los aposentos de los durmientes y enfermos; Dickinson en sus pésames rituales y su sensual conocimiento de la muerte. Voyeurismo, vampirismo, necrofilia, lesbianismo, sadomasoquismo, surrealismo sexual: la Madame de sade de Amherst sigue esperando a que sus lectores la conozcan.
CAMILLE PAGLIA, fragmento de La Madame de Sade de Amherst incluido en Sexual personae, Valdemar, 2006, traducción de Pilar Vázquez Álvarez, págs. 979 y 980.
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