Pero hemos dejado atrás a la prosista Murasaki Shikibu, autora de La historia de Genji, esa gran novela galante que data del siglo X y ha sido comparada repetidamente con Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, En busca del tiempo perdido, de Proust o el Decamerón de Boccaccio. La historia de Genji está escrita con tal agilidad y encanto que seduce irremediablemente al lector. Muchos de los temas que surgen en ella se independizarán luego pasando a otras obras, por ejemplo a piezas de teatro noh, una de las cuales, Aoi no Ue, trata de Genji, el príncipe resplandeciente, y su amante Rokujo, que, convertida en fantasma vampiro, martiriza a Aoi, la mujer de aquel, hasta darle muerte. En la novela, este episodio empieza con una reflexión de Rokujo. Pocos párrafos bastan para captar toda la sutileza y los matices de la escritura de Murasaki:
Aquella noche le llegó una carta:«Aunque parecía que Aoi había mejorado, la situación ha cambiado y está peor que nunca. No puedo dejarla sola».Las excusas de siempre, pensó Rokujo, pero le escribió:Ahora me toca a mí deshacer el camino del amorcon las mangas húmedas,y marchar más allá,hacia los campos embarrados…¡Lástima que tu pozo tenga tan poco agua!
Dos párrafos más adelante, Murasaki introduce, de modo progresivamente intenso, al fantasma vampiro:
En el palacio de Sanjo, el espíritu maligno se mostraba cada vez más activo y Aoi empeoraba a ojos vista. No faltaban rumores que apuntaban a Rokujo, insinuando que el espíritu torturador era el de ella o el de su padre, el difunto príncipe.
Mientras, la acusada trataba de analizar minuciosamente sus sentimientos hacia Aoi […]. Empezó a tener un sueño recurrente: en la estancia magníficamente amueblada de una dama que Rokujo identificaba con su rival, ella la sacudía y la golpeaba violentamente… ¡Era terrible! A veces se preguntaba desconcertada, si su alma había salido de su cuerpo y estaba actuando por su cuenta. El mundo no solía hablar bien de gente que había hecho cosas mucho menos graves. Si Aoi moría, todos la señalarían con el dedo. No era infrecuente que los espíritus de los muertos, ofendidos en vida, continuaran arrastrándose por el mundo para vengarse. Siempre le había parecido algo odioso, pero he aquí que ahora le tocaba protagonizar una situación como aquella antes de morir…
Pasa luego la narradora a exponer los sentimientos del protagonista, con un estilo tan plástico que nos parece ver el cuadro completo:
Profundamente inquieto, Genji enviaba mensajeros a casa de Rokujo con mucha frecuencia.Tampoco [en] su esposa, que le preocupaba mucho más, notaba signos de mejoría. […] La trenza larga y gruesa que caía por un lado de su rostro destacaba sobre el blanco de su camisa y la ropa de la cama. En aquella ocasión le pareció mucho más bella que cuando se presentaba ante él perfectamente vestida, pero glacial como un témpano, y le cogió la mano.—¡Qué terrible!, —susurró la moribunda—. ¡Qué terrible resulta todo esto para ti! […]Y con voz suave y afectuosa recitó:—¡Cosed el dobladillo de mi vestidopara que no escapeel alma doloridaque quiere huir a otra parte!
Aquella no era la voz de Aoi ni su modo de hablar. Genji advirtió súbitamente que la voz pertenecía a Rokujo y quedó petrificado. Había oído decir que aquellas cosas ocurrían, pero siempre le parecieron supersticiones solo aceptadas entre gente vulgar e ignorante. Y he aquí que, ante sus propios ojos, tenía una prueba palpable de que aquel fenómeno monstruoso que le habían contado resultaba perfectamente posible.
¿Si el narrador, en vez de Murasaki, hubiera sido varón, habría captado hasta tal punto la importancia del fantasma —los deseos reprimidos—, que tan bien se detecta a través de estas líneas?
CLARA JANÉS, Guardar la casa y cerrar la boca, Siruela, Madrid, 2015, págs. 40-42.