Mostrando entradas con la etiqueta Shikibu Murasaki. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Shikibu Murasaki. Mostrar todas las entradas

Yourcenar sobre Shikibu


MATTHIEU GALEY: ¿Qué es lo que más le atrajo de esa novela japonesa, el Genghi Monogatari? 
MARGUERITE YOURCENAR: Es una de las más ricas que yo conozca, por la complejidad de los personajes femeninos, y la extraordinaria sutileza del personaje del príncipe Genghi en su relación con sus diferentes mujeres, en su sentido de la variedad de esas personas, de la variedad de sus sentimientos por ellas, y de nuevo estamos unas veces ante el amor compasión, otras veces ante el amor simpatía o el amor juego, de gran estilo, de una civilización que posee todas las artes, además de las del hecho, la poesía, la pintura, la caligrafía, la mezcla de perfumes, y también el contacto con lo invisible. 

MATTHIEU GALEY: ¿A qué podría semejarse en la literatura occidental?
MARGUERITE YOURCENAR: A nada en absoluto. Es de una sutileza increíble, no sólo en la psicología de las relaciones entre hombres y mujeres, sino también en el sentido profundo de la fluctuación de las cosas, del paso del tiempo, del hecho de que los incidentes de estos amores son a la vez trágicos, deliciosos y fugitivos. El comienzo es admirable. El emperador –que ha perdido a su amante, mentalmente torturada por las intrigas de palacio y por sus rivales, ya que además, no pertenecía a ninguno de los clanes todopoderosos de la corte– el emperador entonces, envía a una dama de honor a indagar qué ha ocurrido con la anciana madre de esa mujer, y con el niño que ha tenido de ella. La dama de honor regresa y le describe una casa bastante abandonada, la lluvia que cae dentro de la casa, el jardín desierto, la anciana madre llorosa que no puede explicarse nada, y el niño, por el contrario, alegre, lleno de vida, muy hermoso. Ese sentimiento del paso de las generaciones, de su soledad, y al mismo tiempo de sus lazos a través de la vida y la muerte, es magnífico. Cuando me preguntan quién es la novelista que más admiro, pienso de inmediato en Murasaki Shikibu, con gran respeto y reverencia. Es en verdad la gran escritora, la gran novelista japonesa del siglo XI, es decir, una época en la cual la civilización japonesa estaba en su apogeo. En suma, es el Marcel Proust de la Edad Media nipona; tiene el instinto, el sentido de las variaciones sociales, del amor, del drama humano, de la forma en que los seres se estrellan contra lo imposible. No se ha escrito nada mejor en ninguna literatura.

MATTHIEU GALEY: ¿Y esa literatura la ha influenciado, de una u otra manera?
MARGUERITE YOURCENAR: Por supuesto, nunca escribí nada que se le pareciera. Hubiera debido hallar un tema que permitiera esas variaciones, y el talento de Murasaki es inimitable, pero es seguro que su ejemplo debió afirmar mi sensibilidad. Ese sentido de una pulsación del tiempo distinta a la que habitualmente es la nuestra, ha sido mío desde muy temprano, pero mis temas eran totalmente diferentes, y quizá también mis pensamientos.


MARGUERITE YOURCENAR, Con los ojos abiertos: conversaciones con Matthieu Galey, Plataforma Editorial, 2008, Barcelona, traducción de Elena Berni, págs. 132-134.

Janés sobre Shikibu


Pero hemos dejado atrás a la prosista Murasaki Shikibu, autora de La historia de Genji, esa gran novela galante que data del siglo X y ha sido comparada repetidamente con Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, En busca del tiempo perdido, de Proust o el Decamerón de Boccaccio. La historia de Genji está escrita con tal agilidad y encanto que seduce irremediablemente al lector. Muchos de los temas que surgen en ella se independizarán luego pasando a otras obras, por ejemplo a piezas de teatro noh, una de las cuales, Aoi no Ue, trata de Genji, el príncipe resplandeciente, y su amante Rokujo, que, convertida en fantasma vampiro, martiriza a Aoi, la mujer de aquel, hasta darle muerte. En la novela, este episodio empieza con una reflexión de Rokujo. Pocos párrafos bastan para captar toda la sutileza y los matices de la escritura de Murasaki:
Aquella noche le llegó una carta:
«Aunque parecía que Aoi había mejorado, la situación ha cambiado y está peor que nunca. No puedo dejarla sola».

Las excusas de siempre, pensó Rokujo, pero le escribió:

Ahora me toca a mí deshacer el camino del amor
con las mangas húmedas,
y marchar más allá,
hacia los campos embarrados…
¡Lástima que tu pozo tenga tan poco agua!
Dos párrafos más adelante, Murasaki introduce, de modo progresivamente intenso, al fantasma vampiro:
En el palacio de Sanjo, el espíritu maligno se mostraba cada vez más activo y Aoi empeoraba a ojos vista. No faltaban rumores que apuntaban a Rokujo, insinuando que el espíritu torturador era el de ella o el de su padre, el difunto príncipe. 
Mientras, la acusada trataba de analizar minuciosamente sus sentimientos hacia Aoi […]. Empezó a tener un sueño recurrente: en la estancia magníficamente amueblada de una dama que Rokujo identificaba con su rival, ella la sacudía y la golpeaba violentamente… ¡Era terrible! A veces se preguntaba desconcertada, si su alma había salido de su cuerpo y estaba actuando por su cuenta. El mundo no solía hablar bien de gente que había hecho cosas mucho menos graves. Si Aoi moría, todos la señalarían con el dedo. No era infrecuente que los espíritus de los muertos, ofendidos en vida, continuaran arrastrándose por el mundo para vengarse. Siempre le había parecido algo odioso, pero he aquí que ahora le tocaba protagonizar una situación como aquella antes de morir…
Pasa luego la narradora a exponer los sentimientos del protagonista, con un estilo tan plástico que nos parece ver el cuadro completo:
Profundamente inquieto, Genji enviaba mensajeros a casa de Rokujo con mucha frecuencia.
Tampoco [en] su esposa, que le preocupaba mucho más, notaba signos de mejoría. […] La trenza larga y gruesa que caía por un lado de su rostro destacaba sobre el blanco de su camisa y la ropa de la cama. En aquella ocasión le pareció mucho más bella que cuando se presentaba ante él perfectamente vestida, pero glacial como un témpano, y le cogió la mano.
—¡Qué terrible!, —susurró la moribunda—. ¡Qué terrible resulta todo esto para ti! […]
Y con voz suave y afectuosa recitó:
—¡Cosed el dobladillo de mi vestido
para que no escape
el alma dolorida
que quiere huir a otra parte!
Aquella no era la voz de Aoi ni su modo de hablar. Genji advirtió súbitamente que la voz pertenecía a Rokujo y quedó petrificado. Había oído decir que aquellas cosas ocurrían, pero siempre le parecieron supersticiones solo aceptadas entre gente vulgar e ignorante. Y he aquí que, ante sus propios ojos, tenía una prueba palpable de que aquel fenómeno monstruoso que le habían contado resultaba perfectamente posible.
¿Si el narrador, en vez de Murasaki, hubiera sido varón, habría captado hasta tal punto la importancia del fantasma —los deseos reprimidos—, que tan bien se detecta a través de estas líneas?


CLARA JANÉS, Guardar la casa y cerrar la boca, Siruela, Madrid, 2015, págs. 40-42.