Ángel González sobre Antonio Machado


Mis primeras lecturas de la Generación del 27 fueron Alberti, Lorca y Gerardo Diego. Tengo la seguridad de que la poesía de estos autores me influyó desde el principio. Y, sobre todo, inevitablemente, Juan Ramón Jiménez. La Segunda Antolojía me abrió un mundo nuevo; todavía creo que es su mejor libro. Aunque mi estimación por él haya bajado, sigo pensando que es un gran poeta; pero para mí llegó a ser el único, hasta el punto de que Machado, a quien también empecé a leer entonces con un poco de seriedad, estaba para mí muy tapado por Juan Ramón. Más tarde rectifiqué esta opinión, y he pasado a considerar que Machado es el gran poeta de su tiempo. El libro que escribí sobre Juan Ramón manifiesta mi admiración por él, aunque ya con algunas reservas. No puede negarse que Juan Ramón Jiménez renovó el lenguaje poético español y, en cambio, Machado no lo hizo. Antonio Machado fue, probablemente, un poeta en el último extremo del romanticismo, sin novedades formales. Sin embargo, es un poeta mucho más hondo que Juan Ramón, mucho más rico, misterioso y profundo. Al menos, así lo veo ahora, aunque al principio no haya sido así. En aquel entonces me deslumbró lo que había en Juan Ramón de nuevo, como les pasó a los poetas del 27, que aprendieron en él un nuevo lenguaje, una escritura nueva. Eso me sigue pareciendo admirable. Lo que ocurre es que en Juan Ramón Jiménez no hay mucho más, aparte de un inmenso "yo" que deja muy poco espacio para lo otro y los otros, aunque en su extensísima obra haya momentos excepcionales que desmienten lo que digo. Sus esfuerzos y trampas para negar la muerte y los efectos devastadores del paso del tiempo —trampas que, de manera más conflictiva y "agónica", también hizo Unamuno— me interesan poco ahora.


ÁNGEL GONZÁLEZ, fragmento de Autopercepción intelectual de un proceso histórico, recogido en La poesía y sus circunstancias, Seix Barral, Barcelona, 2005, págs. 431 y 432.