Grandeza sin tacha de Corneille. Es lo que molesta hoy. Nuestros contemporáneos prefieren a Racine o a Moliére, cuyo genio, igualmente excepcional, hace sitio, aunque sea para denunciarlas, a la perfidia o a la mezquindad. Eso permite, al menos, que cada uno se reconozca un poco. Pero ¿cómo reconocerse en El Cid, una obra maestra absoluta, apasionada y apasionante? Ahí no hay nada despreciable a lo que podamos agarrarnos. Hay que admirar, y seguir admirando. Nuestros estetas se las dan de remilgados. Es que sólo saben amar lo que se les parece.
ANDRÉ COMTE-SPONVILLE, Sobre el cuerpo, Paidós, 2010, Madrid, traducción de Jordi Terré, pág. 111.