Una mala noticia para los amateurs de desastres: Marcel Proust deja una obra completa, hasta el punto final. Eso lo sabíamos, y se leía en su rostro muerto. El mundo, no entrando más en aquel rostro, no lo atormenta jamás. Los que han contemplado aquel perfil tranquilo, de orden y plenitud, jamás olvidarán el espectáculo de un increíble aparato registrador inmovilizado trocado en obra de arte: una obra magistral de reposo junto a una pila de cuadernos en los que el genio del amigo continuaba palpitando, cual el reloj de pulsera de los soldados muertos.
JEAN COCTEAU, recogido por Ramón Gómez de la Serna en Nuevos retratos contemporáneos y Otros retratos, Aguilar, Madrid, 1990, pág. 508.