Una ventaja colateral del viaje: uno topa con libros que en casa, no digo que apenas habría apreciado sino que ni siquiera habría leído, como Emma, una novela femenina de época pospnapoleónica, de Jane Austen. Se echa mano de él, faute de mieux, se le coge el gusto; se hacen descubrimientos que de lo contrario nunca se habrían hecho.
En Inglaterra, a diferencia de Prusia (“Aquí las familias pueden hacer café”), después de Trafalgar y Waterloo debió surgir en las clases medias y superiores un juste milieu que estaba vinculado a un muy fino equilibrio en cuestiones de moral, de orden de valores y de comportamiento.
Se comprende que los caracteres se mantengan dentro de determinados límites y que se buscara en vano excesos en lo demónico o lo erótico, o provocaciones como en el caso de Oscar Wilde. Antes bien, lo que se encuentra es un clima en la sociedad como lo hay en Stifter en la naturaleza.
Una sola palabra imprudente es sopesada y criticada a lo largo de páginas y páginas. En esos salones los héroes y las heroínas no pueden destacar; la medida produce una nobleza de carácter no expuesta a pruebas excesivamente fuertes. En esa novela llama la atención que en sus quinientas páginas apenas se hable de trabajo. La sociedad vive o bien de sus propiedades, administradas por aparceros, o del capital, siendo preferible el heredado al adquirido. Es obvio que hay cocineros, cocheros, servidumbre; todos trabajan sin que nadie los vea, como los Heinzelmännchen, en una ocasión se menciona de pasada a un Butler. Frank Churchill no dice, por ejemplo: “He dicho a mi cochero que se presente allí con los caballos”, sino: “Mis caballos me esperan allí”.
Solo las institutrices participan en la vida de la familia. La enseñanza es sobre todo recreativa: música, dibujo, trabajos manuales, literatura. Se añade a ello la supervisión del comportamiento: la urbanidad que obra más por su continuidad que por intervenciones pedagógicas.
ERNST JÜNGER, Pasados los setenta III. Diarios (1981-1985), Tusquets, Barcelona, 2007, traducción de Carmen Gauger, págs. 319 y 320.