Sin duda Rafael Sánchez Ferlosio es el escritor más distinto que pueda imaginarse de Bergamín o Cabrera Infante, pero en mi aprecio no es inferior como artista a ninguno de ellos. Le es perfectamente ajeno el escenario wildeano de calembours y bon mots. Incluso en sus magníficos aforismos o fragmentos, que él llama “pecios” en apropiadísima terminología náutica, todo su indudable ingenio se centra en no parecer nunca ingenioso. Pero en cambio es capaz de ver y revelar el revés de las palabras y las frases hechas, los turbios zurcidos, los vergonzantes apaños con el poder o la necesidad cruel que hilvanan ocultamente las fórmulas “sensatas” que nadie se atreve a cuestionar. En un mundo de personas sin talento y talentos sin personalidad que parecen fabricados en serie, Ferlosio es una singular pieza de bienaventurada artesanía. Quiero suponer para tranquilidad de mi alma que todos los seres humanos somos únicos e irrepetibles: pero a pocos se nos nota tanto esta condición ejemplar como a Rafael. Cuando alguien dice “yo pienso…” o “yo creo…”, la mayoría de las veces debería en realidad decir: “yo repito…”. No es el caso de Ferlosio: entre tantos que hablan de oídas, él habla “de pensadas”. No pretendo decir, desde luego, que acierte siempre, ni siquiera que acierte más que los demás: lo que quiero señalar es que atina o yerra por sí mismo, no en forma colegiada.
FERNANDO SAVATER, Mira por dónde, Taurus, Madrid, 2003, pág. 343.
