Leer a Rubén Darío fue para mí el descubrimiento de la poesía moderna. El paso de la poesía como una cosa de los medievales, los barrocos o los románticos, a una cosa más cercana a la experiencia de un lector contemporáneo, lo hice con Rubén Darío. A Sagarra le ocurrió también. Aunque eso, ya lo sé, empieza con Baudelaire, aunque éste aún tiene aspectos de posromántico. Rubén ya no los tiene, es otra cosa. Son dos grandes artífices del verso. La capacidad de renovación musical del verso de Rubén Darío la han tenido pocos poetas. En catalán, sólo Carner. Y la intensidad de experiencia unida al refinamiento verbal es muy impresionante. Tanto la obra de Rubén como la de Carner son intraducibles. En cambio, la de Baudelaire es más traducible.
Rubén Darío todavía conserva capacidad de seducir. Y algunos aspectos de Gil de Biedma están muy próximos a eso. De hecho, Darío le influyó, Gil llegó a citarlo directamente. Y personalmente yo siempre he reconocido esa influencia. Me enseñó qué era la poesía moderna. Y que lo más importante es que el poema suene muy bien y esté lleno de imágenes seductoras, y que hable de la vida corriente de las personas.
PERE GIMFERRER, opiniones recogidas por Rosa María Piñol para el diario La Vanguardia, 5 de agosto de 2001, incluidas en Centuria. Cien años de poesía en español, Visor, Madrid, 2004, págs. 219 y 220.