Nietzsche sobre Tucídides


Mi recreación, mi predilección, mi cura de todo platonismo ha sido en todo tiempo Tucídides. Tucídides, y, acaso, el Príncipe de Maquiavelo son los más afines a mí por la voluntad incondicional de no dejarse embaucar en nada y de ver la razón en la realidad, -no en la «razón», y menos aún en la «moral»... Del deplorable embellecimiento de los griegos con los colores del ideal, que es el premio que el alemán de formación clásica obtiene de su adiestramiento en la enseñanza media para la vida, ninguna otra cosa cura más radicalmente que Tucídides. Hay que examinar con detalle cada una de sus -líneas y descifrar sus pensamientos ocultos con igual claridad que sus palabras: hay pocos pensadores tan ricos en substancia. En él alcanza su expresión perfecta la cultura de los sofistas, quiero decir, la cultura de los realistas: ese inestimable movimiento en medio de la patraña de la moral y del ideal propia de las escuelas socráticas, que entonces comenzaba a irrumpir por todas partes. La filosofía griega como décadence del instinto griego; Tucídides, como la gran suma, la última revelación de aquella objetividad fuerte, rigurosa, dura, que el heleno antiguo tenía en su instinto. El valor frente a la realidad es lo que en última instancia diferencia a naturalezas tales como Tucídides y Platón: Platón es un cobarde frente a la realidad, -por consiguiente, huye al ideal; Tucídides tiene dominio de sí,- por consiguiente, tiene también dominio de las cosas...


FRIEDRICH NIETZSCHE, Fragmentos póstumos (1885-1889), Editorial Tecnos, Madrid, 2008, traducción de Juan Luis Vermal y Joan B. Llinares, pág. 767.