Rosa Montero sobre Mary Shelley


Victor Frankenstein y su monstruo son las dos caras de la misma persona. Con deslumbrante modernidad, la novela trata de la identidad y la dualidad, adelantándose más de medio siglo al Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson. El científico y su criatura se miran el uno al otro durante toda la obra, en un inquietante juego especular. Primero es el monstruo el que persigue a Frankenstein; luego es Frankenstein quien persigue al monstruo. Nadie ve al engendro más que Victor: es su demonio particular. Y ese demonio le va dejando pistas, o incluso comida, para que el perseguidor no deje de perseguirle. Y así, los dos se pierden, uno detrás de otro, en los lentos hielos del Polo, en ese desierto congelado tan parecido al ostracismo social, a la doliente, absoluta soledad del pionero: de Mary Wollstonecraft, feminista y monstruosa para su época, o de la misma Mary Shelley.

Frankenstein fue publicado en 1817 y no pasó inadvertido. Cosechó un buen número de críticas negativas dado lo escabroso e inusual del tema, pero también consiguió encendidos elogios, aunque en general la gente creía que el autor del libro era Percy Shelley. Mary siguió escribiendo y publicando toda su vida; de hecho, tras su viudez se ganó así el sustento. Tiene varias novelas, alguna muy notable, y fue una precursora de la crítica literaria y biográfica. Pero no volvió a alcanzar la sobrecogedora altura de su primer libro. Ya digo que algo se le rompió dentro.


ROSA MONTERO, El amor de mi vida, Alfaguara, 2011.