«¿Qué debe Europa a los judíos? – Muchas cosas, buenas y malas, y sobre todo una que es a la vez de las mejores y de las peores: el gran estilo en la moral, la terribilidad y la majestad de exigencias infinitas, de significados infinitos, todo el romanticismo y sublimidad de las problemáticas morales – y, en consecuencia, justo la parte más atractiva, más capciosa y más selecta de aquellos juegos de colores y de aquellas seducciones que nos incitan a vivir en cuyo resplandor final brilla – tal vez deja de brillar – hoy el cielo de nuestra cultura europea, su cielo de atardecer. Nosotros los artistas entre los espectadores y filósofos sentimos por ello frente a los judíos – gratitud.
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Los judíos son, sin ninguna duda, la raza más fuerte, más tenaz y más pura que vive ahora en Europa; son diestros en triunfar aun en las peores condiciones (mejor incluso que en condiciones favorables), merced a ciertas virtudes que hoy a la gente le gusta tildar de vicios, – gracias sobre todo a una fe decidida, la cual no necesita avergonzarse frente a las «ideas modernas»; los judíos se modifican siempre,cuando se modifican, de la misma manera que el Imperio ruso hace sus conquistas, – como un Imperio que tiene tiempo y que no es de ayer –: es decir, de acuerdo con la máxima «¡lo más lentamente posible!» Un pensador que tenga sobre su conciencia el futuro de Europa contará, en todos los proyectos que trace en su interior sobre ese futuro, con los judíos y asimismo con los rusos, considerándolos como los factores por lo pronto más seguros y más probables en el gran juego y en la gran lucha de las fuerzas.
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Que los judíos, si quisieran – o si se los coaccionase a ello, como parecen querer los antisemitas –, podrían detentar ya ahora la preponderancia, más aún, hablando de modo completamente literal, el dominio de Europa, eso es una cosa segura y también lo es que no trabajan ni hacen planes en ese sentido. Antes bien, por el momento lo que quieren y desean, incluso con cierta insistencia, es ser absorbidos y succionados en Europa, por Europa, anhelan estar fijos por fin en algún sitio, ser permitidos, respetados, y dar una meta a la vida nómada, al «judío eterno» y se debería tener mucho en cuenta y complacer esa tendencia y ese impulso (los cuales acaso manifiesten una atenuación de los instintos judíos): para lo cual tal vez fuera útil y oportuno desterrar a todos los voceadores antisemitas del país.
FRIEDRICH NIETZSCHE, Más allá del bien y el mal, Alianza Editorial, Madrid, 1984, traducción de Andrés Sánchez Pascual, págs. 204-207.