Kertész sobre Márai


No hace mucho participé en un recital en la radio de Budapest y tuve el honor de leer allí el diario-novela de Sándor Márai titulado ¡Tierra, tierra! Sándor Márai, uno de los mejores y más interesantes escritores húngaros modernos, se exilió en 1948 antes de la total estalinización del país; durante cuarenta años estuvo prohibido, en la práctica, mencionar su nombre en «su propia tierra». Y él aún tuvo la ocasión de ser invitado a regresar de Estados Unidos a su patria después del vuelco de 1989, aunque él concebía el retorno a casa de una manera muy diferente que las autoridades culturales húngaras, las cuales sintieron de la noche a la mañana un enorme cariño por su persona: a los ochenta y nueve años de edad, se pegó un tiro en la soledad de su vivienda en San Diego. En el mencionado diario-novela, Márai describe los últimos preparativos previos a la emigración, las últimas semanas pasadas en Budapest. Con particular intensidad leí ante el micrófono sus solemnes ponderaciones sobre el futuro que le aguardaría si se quedaba, sus estremecimientos ante el previsible terror físico e intelectual, ante el «lavado de cerebro», ante la «pérdida del yo». Mientras leía, pensaba que, nacido treinta años después de mi compañero de profesión, me quedé aquí encallado de alguna manera, no me lavaron el cerebro (no lo consiguieron o simplemente se olvidaron de mi cerebro), y no perdí mi llamado yo (aunque a menudo cueste cargar con él). ¿Soy un culpable? ¿Un cobarde? ¿Un perezoso? No lo creo. Para expresarlo al modo de Sándor Márai: a alguien tenía que tocarle vivir esto.


IMRE KERTÉSZ, fragmento del artículo Patria, hogar, país, incluido en Un instante de silencio en el paredón, Herder Editorial, 1999, traducción de Adan Kovacsics.