Yo leo Cuento de una barrica dos veces al año, religiosamente, porque es devastador y por tanto es bueno para mí. La suya es -exceptuando la de Shakespeare- la mejor prosa de la lengua inglesa y es además un correctivo saludable para cualquiera que tenga tendencias visionarias o entusiasmos románticos. El Cuento de una barrica enseña los diferentes usos de la ironía, más necesarios que nunca, para mí no menos que para los demás.
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La fuerza literaria de esta ironía es indiscutible: puede ser conside rada una parodia del sadismo, ¿pero cómo excluir el sabor del mismo sadismo? Una de las razones por las cuales el Cuento de una barrica nunca deja de sorprendernos es que es uno de los pocos libros absolutamente originales que se ha escrito en inglés. Los dos términos fundamentales y opuestos de los que se ocupa son lo “mecánico” y el “espíritu”, y Swift siente un enorme desprecio por los dos: la máquina representa lo corpóreo, de acuerdo con la designación de Hobbes, y el espíritu es la conciencia, aislada y reducida por Descartes. A Swift le parece que el cuerpo como máquina es primordialmente un productor de excremento y de fluidos sexuales, mientras que el espíritu cartesiano no es más que viento, un vapor dañino. El cristianismo de Swift ha optado por un camino intermedio: la razón y la verdad no nos conducen a la felicidad (una meta muy improbable), sino al orden y a la decencia. Pero, ¡ay!, estos tèrminos han perdido gran parte de su brillo en los tres siglos corridos desde la publicación del Cuento de una barrica. George W. Bush y la Coalición Cristiana no serían ideales swiftianos: él exaltaba la mente, argumento legítimo de su feroz orgullo.
No dejo de leer el Cuento de una barrica porque corrige mis inclinaciones románticas, mi búsqueda del espíritu en la poesía romántica y posromántica. Pero lo recomiendo a todos por su originalidad, su intensidad demoníaca y el esplendor de su prosa. Y dado que lo que preocupa es el genio, porque conozco muy pocas obras en inglés en donde se vea tan claramente esta peligrosa y sorprendente explosión de genio.
HAROLD BLOOM, Genios, Anagrama, Barcelona, 2005, traducción de Margarita Valencia Vargas, págs. 354, 358 y 359.