Papini sobre Dostoyevski


No conozco en la historia de todas las literaturas un ejemplo tan conmovedor de la eterna tragedia del escritor, del hombre genial. Todo está en contra de él, todo tiende a abatirle, a empequeñecerle, a anodadarle. Los hombres le condenan al exilio, a la pobreza, al trabajo apresurado; una enfermedad tremenda le asalta en los momentos mejores. Su cerebro no es rápido; su inteligencia no está satisfecha y considera la obra de su vida como un indicio o un anticipo de las maravillas que encierra. Y, sin embargo, esos miles de páginas que arranca a duras penas de la miseria, de la crisis, del sueño, de la desesperación, se cuentan entre las mayores de la literatura mundial. ¿No era justo que este doloroso milagro fuera conocido por aquellos que conocen solamente, y no todos, sus libros? Que no se diga: Dejemos al hombre; sólo la obra importa. Evidentemente -responde Gide-; pero lo admirable, lo que es para mí una enseñanza inagotable, es que la haya escrito a pesar de eso.

Nietzsche, que no era un hombre tierno, escribió un día: "Dostoyevski..., el único que me ha enseñado algo en psicología". Justo: pocos han iluminado los más oscuros resquicios del alma humana mejor que el autor de El espíritu subterráneo. Pero hay algo más que podemos aprender de él: la fuerza milagrosa de vencer al propio destino y de extraer de los venenos de la vida la eterna bebida del arte.


GIOVANNI PAPINI, Retratos, Caralt, Barcelona, 1976, traducción de José Miguel Velloso, págs. 161 y 162.