Me agradó Cela, es decir, me estimuló, me enseñó a prescindir de la opinión de los demás e ir a lo mío. Hablar con Cela era como pasar por una terapia Gestalt. Cela era, es, un duro y un sentimental. Él se autodefinía como un hombre honesto que trata de pasar por este valle de lágrimas sin hacer demasiado la puñeta al prójimo. Pero a continuación añadía que en la vida hay muchos pelmas, y que con los pelmas se debe ser inclemente. Cela, además de duro y sentimental, era un hombre muy bien educado e, incluso, pudoroso. Pudoroso con el contenido del lenguaje, que no con la forma, ya que la distinción entre palabras pronunciables e impronunciables le parecía artificiosa y repugnante.
Yo veía a Cela como al heredero esencial de Valle Inclán, más lírico que fabulador, verdadero sumo sacerdote de los prosistas en lengua castellana. Lo expuse una vez: "a su lado, los demás escritores tenemos, casi siempre, un cierto aire de advenedizos zarramplines". También escribí que Cela venía estructurado entre la exuberancia y el rigor, la generosidad y el cabreo, la impiedad y la ternura, la trivialidad y el genio.
Así le veía y así le sigo viendo.
SALVADOR PÁNIKER, Segunda memoria, Seix Barral, Barcelona, 1988, págs. 251 y 252.