Calasso sobre Baudelaire


Cuando te sientes agotado y un poco deprimido, lo mejor es tumbarte y abrir un libro, solo para que tu mente divague. En ese momento, descubres que no todos los escritores, ni siquiera algunos de los más grandes, pueden ser de ayuda. Pero Baudelaire, sí; al menos para mí.

No tanto los poemas, a menudo maravillosos, de las Fleurs du mal, sino la prosa: en todas partes, en sus Salones, cuando habla de pintores olvidados de su tiempo; en sus reseñas, en sus cuadernos, en sus ensayos, en sus cartas, en sus escandalosos comentarios sobre los belgas.

De una manera extraña, incluso en sus momentos más desgarradores, causa placer. Se siente la vibración de un sistema nervioso al que no podemos evitar sentirnos afines, a menos que seamos unos auténticos brutos. Resistirse a Baudelaire es un poco como resistirse a Chopin: puedes hacerlo, claro, pero es mucho peor para ti.

Además, hay muchos otros motivos para ser devoto de Baudelaire, no solo en términos literarios sino también psicológicos. Es uno de los pocos escritores (Emily Dickinson podría ser otro ejemplo) que nunca intentó promocionarse socialmente. (Por cierto, promocionarse habría sido bastante fácil si tan solo hubiera odiado un poco menos a su padrastro, el general Aupick —un imbécil pomposo donde los haya—).

Y otra de sus admirables y excepcionales cualidades era que no quería ni oír hablar de la "escuela Baudelaire", aunque entre sus seguidores se podían encontrar jóvenes llamados Mallarmé o Verlaine. Prefería estar solo, como siempre. Por último, pero no menos importante, algo que la ONU debería considerar seriamente: Baudelaire quería añadir a la lista de derechos humanos el derecho a irse, «el derecho a desaparecer».


ROBERTO CALASSO, Mi héroe: Baudelaire, The Guardian, 7 de diciembre de 2012, traducción de Google Translate + Mary Crónica, todo el artículo AQUÍ.