Le confieso que Baudelaire, no sé por qué, es, a la vez que uno de los poetas que más amo y que conozco mejor, uno de aquellos sobre cuya vida y cuya bibliografía soy el menos informado. [...] No me dice usted si es al hombre o al artista al que se le acusa. Si es al artista y si es su "satanismo", algo pasado de moda si se quiere, que ha parecido algo breve, creo que debo responder que ese no es más que un aspecto secundario de Baudelaire, uno de esos aspectos que en vida del escritor pueden dominar momentaneamente y obnubilar todo lo demás, pero que tenemos el derecho y el deber de descuidar. En realidad este poeta que se pretende inhumano, de un aristocratismo algo tonto, ha sido el más tierno, el más cordial, el más humano, el más "pueblo" de los poetas. Una pieza como "Le Vin du travailleur", (si no me equivoco sobre el título del poema) es de una fraternidad democrática deliciosa y si no fuera admirable como forma no nos daríamos cuenta de que hay en él tanta ternura auténtica por los humildes como en todo François Coppée. Evidentemente es una lágrima que solo ha corrido una vez de un rostro demasiado orgulloso para no permanecer tranquilo. Pero basta que sea una "lágrima inmortal" para que conozcamos el corazón del poeta. ¿Se ha dicho que era un decadente? Nada es más falso. Baudelaire no es ni siquiera un romántico. Escribe como Racine. Podría citarle veinte ejemplos. Por lo demás es un poeta cristiano y por eso como Bossuet, como Massillon, habla sin cesar de pecado. Digamos que, como todos los cristianos que son además histéricos (no quiero decir que los cristianos son unos histéricos, usted me comprende perfectamente, quiero decir "aquellos cristianos que por azar son también histéricos"), ha conocido el sadismo del blasfemo.
MARCEL PROUST, fragmento de una carta a Mme. Fortoul, sábado, [¿abril-mayo?, 1905], recogido en Escribir: Escritos sobre arte y literatura, Páginas de Espuma, Madrid, 2022, traducción de Mauro Armiño, págs. 144 y 145.