Pasternak sobre Goethe


Para la Casa-museo de Fausto en Knittlingen.

El “Fausto” de Goethe es un mágico drama del encantamiento. Del hecho creador en la histórica existencia. Del milagro de la transformación, que ha cruzado las fronteras de la distancia, ha formado el mantenimiento de los siglos –derribado y nuevamente resucitado–, sumiendo la naturaleza en la poesía; vaticinando el futuro, padre y fiador de quien es causa de este milagro.

En este drama está la entonación trágica y el mágico deleite en las profundidades de la humanidad. El hombre, encantador y exorcista de los espíritus –y esto ha de subrayar lo esencial de la tragedia– consiste en que la poderosa, sensitiva y viable personalidad que corresponde apreciarla como consecuencia de su acertada actividad esencial, como una cosa cautivadora y sorprendentemente natural. Este drama declara solemnemente la genialidad y el ansia de actividad del ímpetu hacia lo sagrado e inmortal.

De todos los milagros que el nigromante Fausto realiza con su compañero de viaje, el mayor milagro es el lenguaje de Fausto, el milagro del texto.

¿De dónde arranca esta dominante firmeza de la época de Shakespeare, Goethe, los griegos y algunos otros? ¿No consiste esto únicamente, quizá, en un tributo elogioso de respeto hacia méritos pasados que nosotros les pagamos con magnanimidad, apartando su caducidad y deficiencia? ¿O es el secreto de su inmutable validez que, adelantándose a los tiempos y las generaciones, nos sorprende pese a nuestra desidia y nos domina?

El estilo, tempestuoso y violento, de la tragedia produce su efecto. Es como si todo en ella ya estuviera dicho, y de un modo inverosímilmente actual. Como si viéramos la poesía viva y en plena marcha.

La inspiración del idioma de la vida y la objetividad, conseguidas por medio de la pintura animada y viva de las cosas; la concisión, la aliteración, el aforismo, el impetuoso movimiento y sonido de las palabras, el ritmo y las rimas, ya por sí mismos –desprendiéndose de la acción en la escena– constituyen una notabilidad, una aparición poco frecuente, un espectáculo completo. Corresponde decir esto, sobre todo, acerca de la rima de Fausto que, adelantándose a la frontera del tiempo casi alcanza a Rilke y crea nuevas propiedades dinámicas que transforman la oración y los efectos, desconocidos en el siglo pasado.

Los traductores tenían que haber comprendido, hace mucho tiempo, que cuanto mayor sea la madurez poética del original tanto más importante es en su composición la capacidad hacia el triunfo, hacia la victoria. Traducir el contenido de la obra, aunque sea fielmente y en correspondencia con la forma, pero sin construir ni reproducir este fundamento de su influencia, es lo mismo que no hacer nada. Yo he traducido la primera parte de la tragedia en el transcurso de los meses de otoño e invierno del año 1949. Después de una interrupción de tres años, durante la cual escribí el principio de mi novela en prosa “Doctor Jivago”, me puse de nuevo a traducir “Fausto”, y concluí la segunda parte en 1952. En total, este trabajo me ocupó quince meses: seis meses la primera parte y nueve la segunda.

                                                                       B. Pasternak

Peredelkino, cerca de Moscú, 18 de junio del año 1958

BORIS PASTERNAK, Carta enviada a Renata Schweitzer el 20 de junio de 1958, incluida en Cartas a Renata, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1968, págs. 35-37.