El corsario rojo, de Fenimore Cooper. Con esta lectura lleno un hueco que viene de mi niñez. Mi padre me habló a menudo de este libro. Ahora lo he encontrado en la pequeña biblioteca dejada por Ernstel.
Los dos protagonistas, Wilder y el Corsario rojo, encarnan al hijo legítimo y al hijo ilegítimo del poder. Está bien trazada la diferencia que hay entre el poder legal, por un lado, y la tiranía que reina en los barcos de piratas, por otro. También en éstos ha de haber una especie de legitimación, que se expresa sobre todo por la voz, "por el grave, rico tono imperioso" del Corsario rojo. La bandera roja se alza como rival de la bandera del rey. Evelina de Lacy, colocada entre la alternativa de embarcarse en el buque de guerra o en el velero de los piratas, dice que su sexo sólo puede contar con protección fiable allí donde rigen el derecho y la ley.
He encontrado tanto más atractiva la lectura cuanto que entretanto hemos conocido grandes Estados en los que se ha aplicado y aún sigue aplicándose la misma disciplina que reina en los barcos de piratas. Dejando a un lado su predilección por la bandera roja y la calavera y el hecho de que quienes se apoderan del poder son rétores dotados de una "grave voz imperiosa", tales Estados se señalan siempre por tres características que no engañan: la proclamación del ateísmo, el robo de la libertad y la violentación de los indefensos.
ERNST JÜNGER, Radiaciones, Vol. II, Tusquets, Barcelona, 1992, traducción de Andrés Sánchez Pascual, págs. 514 y 515.