Ezra era más bueno que yo, y miraba más cristianamente a la gente. Lo que él escribía era tan perfecto cuando se le daba bien, y él era tan sincero en sus errores y estaba tan enamorado de sus teorías falsas, y era tan cariñoso con la gente, que yo le consideré siempre como una especie de santo. Claro que también era iracundo, pero acaso lo han sido muchos santos.
[...] Ezra era el escritor más generoso y más desinteresado que nunca he conocido. Corría en auxilio de los poetas, pintores, escultores y prosistas en los que tenía fe, y si alguien estaba verdaderamente apurado, corría en su auxilio tanto si tenía fe como si no. Se preocupaba por todo el mundo, y en los primeros tiempos de nuestra amistad la persona que más le preocupaba era T. S. Eliot, quien, según me dijo Ezra, tenía que estar empleado en un banco en Londres, y, por consiguiente, no disponía de tiempo ni seguía un horario apropiado para dar un buen rendimiento poético.
ERNEST HEMINGWAY, Ezra Pound y el Bel Sprit, publicado en Elementos de Metapolítica para una Civilización Europea, Nº 55, págs. 65 y 66.