A ver si nos dejan ya en paz con todas esas críticas burlonas sobre Mallarmé y esas bromitas ignorantes. Son cosas que sacan lo peor de uno. Si alguien se merece la veneración y la admiración apasionada que felizmente algunos le tributan, es él. Hoy no hay un poeta mayor (parece que Rimbaud ha muerto). Es cierto que no conmueve a las señoras, pero desde luego que nosotros sí que hemos sollozado al leer estos versos:
"… ¡Metales que dais a mi joven cabellera
Su esplendor fatal y su aspecto suntuoso!"
"¡Lujo! Oh, arena de ébano…"
Etc.
Y la verdad es que no sé por qué cito estos. Pero ha habido noches en que ni siquiera he podido recitarlos, porque con solo recordar su musicalidad se me cerraba la garganta.
Y esos versos los llevamos en el recuerdo como viáticos, por caminos demasiado muertos y en peregrinajes demasiado solitarios — y, como otros de Baudelaire o del «Barco ebrio», podíamos recitarlos sin cansarnos durante todo el día y chuparlos cómo tabaco de mascar.
Si cierta gente mal dotada no es sensible a los versos, peor para ella y compadezcámosla, pero de verdad que hay que ser cándido para confesarlo escribiendo esas críticas. Los que lo han hecho tienen diploma de asno.
Sé bien que no debería dejar aquí este comentario, pero cuando algo te oprime tanto es mejor liberarse de ello y dejarlo donde sea, como un grito o como basura.
Digo esto de buen grado, porque no creo que mi admiración por Mallarmé sea ciega y exagerada.
Por ejemplo, su prosa no me parece tan admirable como sus versos, y algunos versos me gustan más que otros.
ANDRÉ GIDE, fragmento del 22 de noviembre de 1894 incluido en su Diario (1887-1910), DEBOLS!LLO, 2021, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, traducción de Ignacio Vidal-Folch.