Me quedo mirándolo: Tolstói camina con presteza y animadamente, atisba la lejanía con las manos atrás.
–Chéjov… Chéjov fue un artista incomparable… Sí, sí… Incomparable… Un artista de la vida… Y la virtud de su obra estriba en que es clara y afín no solo para cualquier ruso, sino para cada persona en general… Y esto es lo más importante… Hace poco leí un libro de un autor alemán, en el que un joven desea hacerle a su novia un regalo muy especial, y decide regalarle libros. ¿Sabe de quién? De Chéjov. Porque lo consideraba el más grande de los escritores conocidos… Me parece muy justo. Cuando lo leí quedé sorprendido…
–Chéjov tomaba de la vida lo que veía –continúa diciendo Tolstói–, independientemente del contenido de lo que veía. Pero si él tomaba algo, lo transmitía a un mismo tiempo de manera extremadamente simbólica y comprensible, clara hasta la nimiedad… Lo que lo ocupaba en el momento de la escritura, él lo rehacía hasta los últimos detalles. Era sincero, y eso es una gran virtud; escribía sobre lo que veía y cómo lo veía… ¡Y gracias a esa sinceridad, logró crear formas inéditas, en mi opinión, completamente nuevas en el mundo de la escritura, como no he encontrado igual en ninguna parte! Su lengua es una lengua insólita. Recuerdo cuando comencé a leerlo por primera vez, me pareció un tanto extraño, “desaliñado”; pero tan pronto como lo leí con atención, su escritura me atrapó… Sí, gracias a ese “desaliño”, o no sé cómo llamarle, es que Chéjov atrapa de un modo excepcional y, con exactitud involuntaria, le implanta a uno en el alma maravillosas imágenes artísticas.
Miro a Lev Nikoláevich y me río sin ganas, ya que sobre su propia escritura podría hablar con la misma convicción, casi con fastidio… Con sorpresa me dirige una mirada.
–Perdone, Lev Nikoláevich –me apresuro a explicarle el motivo de mi risa–. Es que precisamente esta es una de las características suyas: ¡escribir plenamente de una manera nueva, sencilla y, gracias a ello, atrapar por entero al lector!
–¡No, no! –responde Tolstói con enfado y sacude la cabeza–. Le repito que las nuevas formas las creó Chéjov y, alejado de cualquier falsa modestia, afirmo que por la técnica él, Chéjov, es mucho mejor que yo. Es un escritor único en su género.
–¿Y Maupassant? –me atrevo a proponerle.
–¿Maupassant? –repite–. Sí, tal vez… Para mí es complicado dar a alguno de ellos preferencia… ¿Ha escrito lo que digo?
Todo el tiempo me observa con atención para darme la posibilidad de apuntar en mi libreta sus palabras.
–¿Ya anotó? Quiero decirle además que en Chéjov hay todavía una peculiaridad muy especial: es uno de aquellos raros escritores que, como Dickens, Pushkin y algunos otros, se puede releer muchas, muchas veces. Lo sé por experiencia propia…
Temo volverlo a enojar y por eso ya no le digo nada, pero pienso: “Otra vez esa es una de sus propias características… ¿La guerra y la paz, Anna Karenina, quién de nosotros no las ha releído una decena de veces?”
Y Tolstói termina su razonamiento:
–Puedo decirle una cosa: la muerte de Chéjov es una gran pérdida para nosotros, ya que, además de un artista incomparable, hemos perdido a una persona encantadora, sincera y honesta… Fue una persona cautivadora, modesta, amable…
LÉV TOLSTÓI, conversación con Alexéi Zenger aparecida en el periódico Rus de Petersburgo, el 28 de julio de 1904, recogida en Conversaciones y entrevistas: Encuentros en Yasnaia Poliana, Fórcola Ediciones, Madrid, 2012, traducción de Jorge Bustamante García.
NOTA DE LA ADMINISTRADORA: Tolstói no pensó siempre así sobre la obra de Chéjov. La primera impresión sobre su obra fue negativa (AQUÍ)