Carver fue un artista, no un minimalista. Aun cuando supuestamente fue el inventor del minimalismo estadounidense moderno. Las «escuelas» de ficción son para los maquinistas. El fundador de un movimiento nunca es parte del movimiento. Carver utiliza todas esas técnicas y antiestilos que todos los críticos llaman «minimalistas», pero su caso es como el de Joyce, o el de Nabokov, o el de los primeros Barth y Coover: utiliza la innovación formal como medio al servicio de una visión original. Carver inventó –o resucitó, si quieres citar a Hemingway— las técnicas del minimalismo como medio de interpretar un mundo que advirtió que nadie había visto con anterioridad. Un mundo lúgubre, exhausto y vacío y lleno de silencio, de gente maltratada, aunque las técnicas minimalistas que Carver empleó eran perfectas para ello; ellas crearon ese mundo. Y para Carver el minimalismo no era un programa estético rígido al que se adhirió en beneficio propio. La responsabilidad de Carver era para con cada una de sus historias. Y cuando el minimalismo no servía, lo mandaba a paseo. Si reparaba en que a un relato le iría mejor la expansión, y no una ablación, lo expandía, como hizo con «El baño», que después convirtió en un relato infinitamente superior. Simplemente persiguió el clic. Y en algún momento su estilo «minimalista» se puso de moda. Había nacido un movimiento, proclamado y promulgado por los críticos. Y entonces vinieron los maquinistas. Lo que resulta especialmente peligroso de las técnicas de Carver es lo fácil que parece imitarlas. No parece que cada palabra y línea y borrador hayan sido escritos con sangre. Eso es parte de su genio. Parece que pudiera escribirse un texto minimalista sin demasiado esfuerzo. Y se puede. Pero uno bueno no.
DAVID FOSTER WALLACE, entrevista de Larry McCaffery en Review of Contemporary Fiction, verano de 1993, recogida en Conversaciones con David Foster Wallace, Editorial Pálido Fuego, Málaga, 2012, traducción de José Luis Amores Baena