Unamuno sobre Galdós


Yo no puedo hablar con claro sentido crítico de la obra literaria de don Benito Pérez Galdós. Esa obra entra, en su parte que estimo mejor, en la formación del subsuelo de mi fantasía. Por encima de mis recuerdos de niñez, entre los que descuellan las memorias sagradas del sitio de Bilbao, en la capa de la mocedad de mi mente está el fruto de mis lecturas de las primeras novelas de Galdós. Ellas me nutrieron la imaginación preparándomela para obra propia y ellas, además, obrando sobre mi visión directa del heroísmo de mi pueblo natal contribuyeron a liberalizarme. El chicuelo que a sus diez años de edad presenció, subido en un banco del Arenal de Bilbao, la entrada de las tropas liberales liberadoras, en su villa, el 2 de mayo de 1874, sorbió más tarde, cinco o seis años después, en Doña Perfecta, en Gloria, en La familia de León Roch, en otras obras galdosianas, la esencia del liberalismo español. No puede, pues, juzgar serena y desapasionadamente la obra literaria de su maestro.

Lo que sí quiero decir aquí es que sí creo dejar a mi querida villa, a mi entrañado bochito, algún monumento perenne -perdóneseme o no la arrogancia- en mi novela histórica Paz en la Guerra, donde vivirá siempre con el alma de mi mocedad el alma liberal del heroico Bilbao en la lucha por la libertad civil, esa alma que Galdós encerró también en su Luchana, y ojalá que mi obra pueda ir unida a la obra del maestro! Pues mi novela se la debo en gran parte a don Benito Pérez Galdós. Él fue uno de los que más, con sus obras, me nutrió y calentó la fantasía para que llegase a escribir, cuando abandonaba mi terruño -esa mi obra-. Obra que, en un cierto sentido -no hablo de su mérito literario ni pretendo medirme con nadie pues los hombres somos respectivamente inconmensurables- es una novela más galdosiana, un episodio nacional como nos enseñó a hacer el maestro.


MIGUEL DE UNAMUNO, Carta a F. Villaamil, Salamanca, 17 de abril de 1916, Epistolario inédito II (1915-1936), Espasa Calpe, Colección Austral, Madrid, 1991, edición de Laureano Robles, págs. 35 y 36.