Puedo hacer bromas acerca de Dios y de la muerte, pero no podría hacer ninguna con respecto a Victor Hugo. Ninguna palabra suya me parece ridícula.
.
He leído a los pensadores y me hacen reír: andan con rodeos. No sé si Victor Hugo es un pensador, pero me impresiona de tal modo que después de leer una página suya pienso desesperadamente con mi cerebro abierto de par en par.
Creo que nunca me hubiera atrevido a confesarle que escribo.
Si me afirmaran, con pruebas en la mano, que Dios no existe, tomaría mi posición, pero si Victor Hugo dejara de existir el mundo en que se mueve la belleza que me embriaga se tornaría sombrío.
Ver a Victor Hugo no me ha desilusionado de Victor Hugo, pero me reprocho no haber tenido bastante entusiasmo como para seguir viéndolo grande en ese minuto a pesar de su pequeña envoltura humana. Salía del brazo de su nieto.
No doy a su nombre menos sentido que a la palabra "Dios": él agota toda mi capacidad de adoración.
¿Criticar a Hugo? Cuando contemplo una puesta de sol, ¿qué puede importarme que el sol no se acueste o que la tierra gire a su alrededor? Cuando leo a Hugo, ¿qué puede importarme que escriba de esta o de aquella manera?
Siendo niño le dije a mi abuelo: "¡Qué dichosos son por tener semejante abuelo!" Y mi abuelo, sin sentirse ofendido, estuvo de acuerdo conmigo.
JULES RENARD, Diario íntimo, Mirasol, Argentina, 1962, traducción de Emma P. Zappettini, pág. 142.
.