Miramos con atención los corredores, los destellos, y las penumbras de todos nuestros años de oficio y nuestra historia de lectores, y adivinamos que la lección de angustia más radical que aún tenemos cierta oportunidad de seguir aprendiendo nos la entrega César Vallejo. El castellano de Vallejo es un sobresalto sin alivio, un testarudo y casi brutal desanestesiamiento. Tocamos sus palabras españolas y notamos que nos queman la mano. Abarcamos con nuestros ojos alguno de sus versos precipitados y escalofriantes, y notamos que nos crecen los ojos, de un modo parecido a como crecen en el miedo: se nos abren con ansia, como en legítima defensa. "Murió mi eternidad y estoy velándola": seísmos verbales como éste no habían sonado nunca en el terremoto del genio del idioma. El poeta Cintio Vitier ha acertado a escribir que un buen verso, un verso que merezca ese nombre, es "una calidad súbita del mundo". Algo que no existía en el universo súbitamente existe, súbitamente y con candor sucede, y se queda a habitar para siempre en el mundo, agrandándolo. A ese milagro le solemos llamar revelación. La poesía de Vallejo está plagada de revelaciones.
FÉLIX GRANDE, Una lección de angustia radical, El País, 15 de abril de 1988. Todo el artículo AQUÍ.