NINGÚN OTRO AUTOR VIVO SE merecía más el Premio Nobel de Literatura que Mario Vargas Llosa, y por eso resultan insólitas las críticas que se han escuchado en torno a su obra luego del anuncio de la Academia Sueca.
Es legítimo que a unos no les agraden los libros del escritor peruano. Sabemos que en el arte reina la subjetividad, pero esta no es una cuestión de gustos sino de conocimientos, pues los reparos que se han oído son simplemente erróneos. Por fortuna son voces minoritarias, pero sorprende que algunas provengan de escritores, profesionales que, uno pensaría, han estudiado y trabajado los textos, que deben tener el criterio para reconocer la maestría de alguien capaz de escribir, entre muchos otros, Conversación en la catedral, La ciudad y los perros, Historia de un deicidio, La fiesta del Chivo, La orgía perpetua y La guerra del fin del mundo. En Colombia se confunde la crítica con el insulto, pero da pena ajena ver a un novato fustigar a un maestro.
La prosa de Vargas Llosa es gris e insulsa, dicen los críticos. Discrepo. Sin duda, hay autores cuya prosa impacta por lo bella, que truena y retumba como la de Faulkner, o envuelve y hechiza como la de García Márquez. Pero hay otros cuya prosa se caracteriza por la claridad, como la de Hemingway, o por la eficacia, como la de Kafka. Su mérito mayor es la transparencia, el hecho de que sea tan eficiente que se torna invisible y no llama la atención, al punto que leemos la historia y se nos olvida que alguien nos la está contando. Este es el caso de Vargas Llosa. La sencillez de su prosa es engañosa, porque lograr semejante nitidez en la articulación de las ideas o en la acción de los personajes es de una gran dificultad. Y que eso no lo capte un escritor es inexcusable.
Otra crítica es que Vargas Llosa no ha creado personajes memorables. Al contrario: el peruano ha creado un mundo propio lleno de gente fascinante como el Jaguar, Mayta, Moreira César, el barón de Cañabrava, la niña mala y muchos más. Hasta sus personajes históricos, como el dictador Trujillo o el pintor Gauguin, son magistrales. Y no porque éstos hayan existido en la realidad, sino por la excelencia del retrato que traza de ellos Vargas Llosa. El punto de partida de esos protagonistas es el individuo histórico, pero son personajes escritos y, por ende, literarios, creados por el peruano, y su talento es lo que los hace parecer, ante nuestros ojos, como verosímiles y reales. Eso también lo debe saber todo escritor.
La tercera crítica es que la obra de Vargas Llosa carece de ideas y es insólita. En ciertos autores, como Borges o Sábato, sus ideas son más evidentes, pero toda creación artística es el resultado de convicciones precisas, las que hacen que un autor escriba de una forma y no de otra. En el caso de Vargas Llosa se puede decir, incluso, que cada una de sus novelas obedece al deseo de brindarle carne, cuerpo y peso humano a una idea. Su rechazo al fanatismo, su desencanto con la izquierda, su fascinación con la ficción, su condena a la violencia y su concepto del Perú, cada una de estas ideas tiene una novela que la encarna. Por eso, y por mucho más, él se merecía el Nobel. En fin, estas críticas no hablan mal de Vargas Llosa. Hablan mal de quien las esgrime.
JUAN CARLOS BOTERO, Vargas Llosa y sus críticos, El espectador, 14 de noviembre de 2010 (AQUÍ)