Neruda fue el primer poeta cuyos versos aprendí de memoria y recité de adolescente a las chicas que enamoraba, al que más imité cuando empecé a garabatear poesías, el poeta épico y revolucionario que acompañó mis años universitarios, mis tomas de conciencia políticas, mi militancia en la organización Cahuide durante los años siniestros de la dictadura de Odría. En las reuniones clandestinas de mi célula a veces interrumpíamos las lecturas del Qué hacer de Lenin o los Siete ensayos de Mariátegui para recitar, en estado de trance, páginas del Canto general y de España en el corazón. Más tarde, cuando era ya un joven de lecturas más exclusivas y muy crítico de la poesía de propaganda y ataque, Neruda siguió siendo para mí un autor de cabecera -lo prefería incluso al gran César Vallejo, otro ícono de mis años mozos-, pero ya no el Neruda del Canto general, sino el de Residencia en la tierra, un libro que he leído y releído tantas veces como sólo lo he hecho con los poemas de Góngora, de Baudelaire y de Rubén Darío, un libro algunos de cuyos poemas -"El tango del viudo", "Caballero solo"- todavía me electrizan la espalda y me producen ese desasosiego exaltado y ese pasmo feliz en que nos sumen las obras maestras absolutas. En todas las ramas de la creación artística, la genialidad es una anomalía inexplicable para las solas armas de la inteligencia y la razón, pero en la poesía lo es todavía mucho más, un don extraño, casi inhumano, para el que parece inevitable recurrir a esos horribles adjetivos tan maltratados: trascendente, milagroso, divino.
[...] No hay en lengua española una obra poética tan exuberante y multitudinaria como la de Neruda, una poesía que haya tocado tantos mundos diferentes e irrigado vocaciones y talentos tan varios. El único caso comparable que conozco en otras lenguas es el de Victor Hugo. Como la del gran romántico francés, la inmensa obra que Neruda escribió es desigual y, en ella, al mismo tiempo que una poesía intensa y sorprendente, de originalidad fulgurante, hay una poesía fácil y convencional, a veces de mera circunstancia. Pero, no hay duda, su obra perdurará y seguirá hechizando a los lectores de las generaciones futuras como lo hizo con la nuestra.
MARIO VARGAS LLOSA, Neruda cumple cien años, El País, 27 de junio de 2004. Todo el artículo AQUÍ.