Breton sobre Gide


Dicho esto, hay cualidades, eminentes algunas, que no se le pueden negar. Pienso, sobre todo, en la valentía intelectual y en la grandísima libertad del testimonio humano. Inicialmente prisionero de tantos convencionalismos burgueses complejos y puritanos, llegó a liberarse muy ampliamente de ellos. En este aspecto, obliga a la estimación, y por no haber flaqueado ni aun a la hora de la muerte. Especialmente su crítica de la idea sacrosanta de “familia” ha sido de gran trascendencia. Obras como Souvenirs de la cour d’assises Voyage au Congo dan testimonio en él de una apasionada búsqueda de la justicia. En el orden sexual, donde presentaba una anomalía, no le arredró pintarse tal como era, y a poco que recordemos su librito de juventud sobre Oscar Wilde deduciremos los obstáculos interiores que tuvo que vencer. En el camino de las confesiones llegó lo más lejos posible, y los que a este respecto se escandalizan no son más interesantes que los censores de Jean-Jacques.

Aunque sólo fuera por estos diversos aspectos, habría que considerarle como el liberador, y su obra, que ostenta además grandes cualidades formales, sería de las menos desdeñables. Los que quieren presentarle como un “desmoralizador”, hasta como un corruptor, sientan plaza de oscurantistas –cualquiera que sea su encuadre político–. En todo caso, hoy no hay más que un solo modo de desmoralización, de corrupción, en el que son maestros muchos de los actuales detractores de Gide, y es la mentira y la calumnia erigidas en función, elevadas al rango de institución. Teniendo en cuenta el inmenso peligro que esto encierra, no vacilo en declarar que Gide ha hecho una labor altamente moral diciendo la verdad, toda la verdad, cuando esta verdad era difícil de decir y, forzosamente, iba a ser explotada a costa suya.

Pese a las reservas personales que he formulado para empezar, creo que su desaparición deja un vacío en la conciencia de este tiempo. Por el hecho de que Gide ha sido capaz de dar testimonio a lo largo de toda la primera mitad de este siglo, y por haberlo hecho sin concesiones, este vacío no es fácil de llenar. Sólo con esto hubiera debido llevarse consigo la salvación de todos los hombres libres. Si, ya muerto, es víctima de una campaña infame si las hay, todos sabemos que es precisamente por haberse negado a traicionar el espíritu de libre examen que le animaba, a riesgo de concentrar sobre él todo el odio de los stalinianos por no ocultar lo que pensaba de su edén de lacayos y de presiadiarios.


ANDRÉ BRETON, segunda y última  parte del artículo Sobre André Gide, escrito el 6 de febrero de 1952 y recogido en Magia cotidiana, Editorial Fundamentos, Madrid, 1989, traducción de Consuelo Berges, págs. 19 y 20.