Blanchot sobre Sade


En 1793 hay un hombre que se identifica perfectamente con la revolución y el Terror. Es un aristócrata, ligado a los fosos de su castillo medieval, hombre tolerante, más bien tímido y de una cortesía obsequiosa: pero escribe, no hace más que escribir, y por más que la libertad vuelva a encerrarlo en la Bastilla de la que lo había sacado, es él quien mejor la comprende, al comprender que la libertad es ese momento en el cual las pasiones más aberrantes pueden transformarse en realidad política, tienen derecho a la luz, son ley. Es también aquel para quien la muerte es la más alta pasión y la última de las naderías, corta cabezas como se corta una coliflor, con una indiferencia tan grande que nada es más irreal que la muerte dada, y, sin embargo, nadie ha sentido más vivamente que la soberanía estaba en la muerte, que la libertad era la muerte. Sade es el escritor por excelencia, reúne todas las contradicciones de serlo. Es el único: de todos los hombres es el más solo, y, sin embargo, personaje público y hombre político importante. Perpetuamente encerrado y absolutamente libre, teórico y símbolo de la libertad absoluta. Escribe una obra inmensa, y esta obra no existe para nadie. Desconocido, pero lo que representa tiene para todos una significación inmediata. Nada más que un escritor, y configura la vida elevada hasta la pasión, la pasión que se trueca en crueldad y locura. Del sentimiento más singular, más oculto y más privado de sentido común, hace una afirmación universal, la realidad de una palabra pública que, entregada a la historia, se trueca en una explicación legítima de la condición del hombre en su conjunto. Es, finalmente, la negación misma: su obra no es más que el trabajo de la negación, su experiencia el movimiento de una negación encarnizada, llevada hasta la sangre, que niega a los otros, niega a Dios, niega a la naturaleza y, en ese círculo incesantemente recorrido, goza de sí misma como de la absoluta soberanía.


MAURICE BLANCHOT, De Kafka a Kafka, Gallimard, 10/18, París, 1981, págs. 34-35, recogido por Gabriel Albiac en Diccionario de adioses, Seix Barral, Barcelona, 2005, págs. 42 y 43.