Amiel sobre Hugo


¡Pero qué asombrosa capacidad filológica y literaria posee Victor Hugo! Domina todos los dialectos de nuestra lengua: los dialectos de los tribunales, de la bolsa, de la guerra y del mar, de la filosofía y de las bandas de presos, los dialectos del comercio y de la arqueología, del anticuario y del carroñero. Todos los cachivaches de la historia y las costumbres, por así decirlo, todas las curiosidades del suelo y del subsuelo, le son familiares. Parece haber dado vueltas a su París una y otra vez, y conocerlo en cuerpo y alma como se conoce el contenido de un bolsillo. ¡Qué memoria prodigiosa y qué imaginación tan espeluznante! Es a la vez visionario y, sin embargo, dueño de sus sueños; evoca y maneja a voluntad las alucinaciones del opio o del hachís, sin caer jamás en sus trampas; hace de la locura uno de sus animales domesticados y cabalga, con igual frialdad, sobre Pegaso, el del más profundo interés. Victor Hugo dibuja con ácido sulfúrico, ilumina sus cuadros con luz eléctrica. Ensordece, ciega y desconcierta a su lector en lugar de encantarlo o persuadirlo. La fuerza llevada a tal punto es una fascinación; sin parecer cautivo, te hace su prisionero; no te encanta, pero te mantiene hechizado. Su ideal es lo extraordinario, lo gigantesco, lo abrumador, lo inconmensurable. Sus palabras más características son inmensas, colosales, enormes, gigantescas, monstruosas. Encuentra una manera de hacer extravagante y extraña incluso la naturaleza infantil. Lo único que le parece imposible es ser natural. En resumen, su pasión es la grandeza, su defecto es el exceso; su sello distintivo es una especie de poder titánico con extrañas disonancias de puerilidad en su magnificencia. Donde más flaquea es en la mesura, el gusto y el sentido del humor: falla en espíritu, en el sentido más sutil de la palabra. Victor Hugo es un español afrancesado, o mejor dicho, une todos los extremos del sur y el norte, lo escandinavo y lo africano. La Galia tiene menos protagonismo que cualquier otro país. Y, sin embargo, por un capricho del destino, ¡es uno de los genios literarios de Francia del siglo XIX! Sus recursos son inagotables, y la edad parece no tener poder sobre él. ¡Qué infinito caudal de palabras, formas e ideas lleva consigo, y qué montón de obras ha dejado tras de sí para marcar su paso! Sus erupciones son como las de un volcán; y, fabuloso artesano como es, continúa eternamente levantando, destruyendo, aplastando y reconstruyendo un mundo de su propia creación, un mundo más hindú que helénico.


HENRI-FRÉDÉRIC AMIEL, fragmento del 8 de abril de 1863 incluido en el Amiel's Journal: The Journal Intime of Henri-Frédéric Amiel, The Project Gutenberg, translator, Mrs. Humphry Ward, 2005, traducción al español de Google Translate + Mary Crónica.