Pavese sobre Balzac


Balzac ha descubierto la gran ciudad como nidada de misterios y el sentido que siempre tiene despierto es la curiosidad. Es su Musa. No es nunca ni cómico ni trágico, es curioso. Se mete en un enredo de cosas siempre con el aire de quien husmea y promete un misterio y va desmontando toda la máquina pieza a pieza con un gusto acre y vivaz, y triunfal. Ved como se acerca a los nuevos personajes: los escudriña por todas partes como rarezas, los describe, esculpe, define, comenta, hace transparentarse todas sus singularidades y promete maravillas. Sus frases, observaciones, tiradas, lemas, no son verdades psicológicas, sino sospechas y trucos de juez instructor, asedios al misterio que, ¡que demontre!, se debe aclarar. Por eso, cuando la investigación, la caza del misterio se aplaca y –al principio del libro o en su curso (nunca al final, porque ahora ya todo es desvelado con el misterio)– Balzac diserta sobre su complejo misterioso con un entusiasmo sociológico, psicológico y lírico, y entonces es admirable. Ver el principio de Ferragus o el principio de la segunda parte de Splendeurs et misères des courtisanes. Es sublime. Es Baudelaire que se anuncia.


CESARE PAVESE, El oficio de vivir, El País, Madrid, 2003, traducción de Ángel Crespo, pág. 61.