Dostoyevski sobre Cervantes


¡Ah, estamos hablando de un gran libro, no de esos que se escriben en nuestros días! Libros así sólo se le conceden a la humanidad cada varios siglos. Y en cada página de ese libro se encuentran observaciones sobre los aspectos más profundos de la naturaleza humana. Señalemos al menos el siguiente hecho: ese Sancho, personificación del sentido común, de la prudencia, de la astucia y del justo medio, acaba convirtiéndose en amigo y compañero del hombre más loco del mundo. ¡Precisamente él y no otro! Todo el tiempo está embaucándolo y engañándolo como a un niño, y a la vez está plenamente convencido de su gran inteligencia, le conmueve en lo más íntimo su grandeza de alma, cree a pies juntillas en todos los sueños fantásticos del gran caballero y ni una sola vez pone en duda que acabará entregándole una ínsula. ¡Cuán de desear sería que nuestra juventud conociera a fondo esas grandiosas producciones de la literatura universal! No sé lo que enseñan ahora en las clases de literatura, pero el conocimiento de ese libro, el más grande y más triste de cuantos ha creado el genio humano, elevaría sin duda el alma de los jóvenes merced a la grandeza de su pensamiento, despertaría en su corazón profundos interrogantes y contribuiría a apartar su espíritu de la adoración del eterno y estúpido ídolo de la mediocridad, la fatuidad autosatisfecha y la insulsa sensatez. El hombre no olvidará llevar consigo ese libro, el más triste de todos, el día del Juicio Final. Mostrará el más profundo y fatal misterio del hombre y de la humanidad, revelado por ese libro. Mostrará que la más sublime belleza del hombre, su más sublime pureza, su castidad, su inocencia, su gentileza, su valentía y, por último, su inteligencia más sublime, más de una vez (ay, por desgracia muy a menudo) se pierden sin haber reportado ningún beneficio a la humanidad, convirtiéndose incluso en objeto de burlas, simplemente porque todos estos nobilísimos y preciadísimos dones, que tan a menudo se conceden al hombre, no se acompañan del don más importante; a saber, el genio necesario para dominar toda la riqueza y el poder de esos dones, y para distinguir y encauzar todo su potencial hacia una actividad juiciosa, no fantástica y descabellada, que redunde en bien de la humanidad.


FIÓDOR DOSTOIEVSKI, Diario de un escritor, Alba Editorial, Barcelona, 2007, traducción de Víctor Gallego Ballestero.