Cortázar sobre Neruda


La obra de Pablo Neruda ha sido para los latinoamericanos de mi tiempo algo que trasciende los parámetros usuales en que dialécticamente se mueven el hacedor y el lector de poesía. Cuando pienso en ella, la palabra "obra" tiene para mí una consistencia arquitectónica, un peso de mampostería, porque su acción en muchos de nosotros no solo se cumplió en ese plano general de enriquecimiento ontológico que da toda gran poesía, sino en el de una toma directa de contacto con materias, formas, espacios y tiempos de nuestra América. ¿Quién podrá llegar hasta el litoral chileno y asomarse al Pacífico implacable sin que los versos de la Barcarola vuelvan desde la ya remota Residencia en la tierra, quién subirá a Macchu Picchu sin sentir que Pablo lo precede en la interminable teoría de peldaños y colmenas? Lo digo con riesgo, lo digo con dolor: cuánta poesía querida se me adelgazó entre las manos después de esa terrible precipitación mineral y celular. Y lo digo también con gratitud: porque ningún poeta mata a los demás poetas, simplemente los ordena de otra manera en la trémula biblioteca de la sensibilidad y la memoria. Habíamos vivido y leído de prestado, aunque los préstamos fueran tan hermosos, habíamos amado en la poesía algo como un privilegio diplomático, una extraterritorialidad, el nepente verbal de tanta torpe tiranía y tanta insolente expoliación de nuestras vidas civiles; sin soberbia, sin jamás reprocharnos nuestras delicadas prescindencias, Neruda nos abrió la más ancha de las puertas hacia esa toma de conciencia que algún día se llamará de versos libertad. Ahora podíamos seguir leyendo a Mallarmé y a Rilke, puestos en su órbita precisa, pero ahora no podíamos negar que éramos latinoamericanos; yo sé, lo sabe lo más exigente de mi ser, que nadie salió perdiendo en esa furiosa confrontación de materias poéticas.


JULIO CORTÁZAR, fragmento de "Neruda entre nosotros", Ginebra, 1973, incluido en Obra Crítica 3, Alfaguara, Madrid, 2013.

Stein sobre Frost y Anderson


Cuando un hombre dice "Soy novelista" no es más que un artesano literario. Si el señor Robert Frost es un buen poeta se debe a que es un granjero. Quiero decir que, en su interior, es en realidad un granjero. Hay otro al que ustedes los jóvenes están haciendo todo lo posible, y lo imposible, por olvidar. Es el editor de un periódico de una pequeña ciudad y su nombre es Sherwood Anderson. Sherwood es auténticamente grande porque en realidad no le preocupa saber qué es, no se ha parado a pensar que pueda ser nada distinto de un hombre, un hombre que puede desaparecer y ser poca cosa a los ojos del mundo, aun cuando quizá sea uno de los pocos americanos que han alcanzado una perfecta frescura en la creación y la pasión, sencilla como la lluvia cayendo sobre una página, una lluvia que brotaba de él y caía ahí milagrosamente, y era toda suya. Verá, él tenía ese reconocimiento creativo, esa maravillosa capacidad de volcarlo todo en el papel antes de haberlo visto siquiera, y de sentirse fortalecido por lo que luego contemplaba, lo que le permitía zambullirse en busca de más sin saber que era eso lo que hacía. Scott Fitzgerald también poseyó ese don durante algún tiempo, pero ya no. Ahora es un Novelista Americano.


GERTRUDE STEIN, entrevistada por John Hyde Preston en The Atlantic Monthly, agosto de 1935, incluida en Las grandes entrevistas de la historia 1859-1992, El País Aguilar, 1997, traducción de Herminia Bevia y Antonio Resines. Toda la entrevista AQUÍ

Amiel sobre Hugo


¡Pero qué asombrosa capacidad filológica y literaria posee Victor Hugo! Domina todos los dialectos de nuestra lengua: los dialectos de los tribunales, de la bolsa, de la guerra y del mar, de la filosofía y de las bandas de presos, los dialectos del comercio y de la arqueología, del anticuario y del carroñero. Todos los cachivaches de la historia y las costumbres, por así decirlo, todas las curiosidades del suelo y del subsuelo, le son familiares. Parece haber dado vueltas a su París una y otra vez, y conocerlo en cuerpo y alma como se conoce el contenido de un bolsillo. ¡Qué memoria prodigiosa y qué imaginación tan espeluznante! Es a la vez visionario y, sin embargo, dueño de sus sueños; evoca y maneja a voluntad las alucinaciones del opio o del hachís, sin caer jamás en sus trampas; hace de la locura uno de sus animales domesticados y cabalga, con igual frialdad, sobre Pegaso, el del más profundo interés. Victor Hugo dibuja con ácido sulfúrico, ilumina sus cuadros con luz eléctrica. Ensordece, ciega y desconcierta a su lector en lugar de encantarlo o persuadirlo. La fuerza llevada a tal punto es una fascinación; sin parecer cautivo, te hace su prisionero; no te encanta, pero te mantiene hechizado. Su ideal es lo extraordinario, lo gigantesco, lo abrumador, lo inconmensurable. Sus palabras más características son inmensas, colosales, enormes, gigantescas, monstruosas. Encuentra una manera de hacer extravagante y extraña incluso la naturaleza infantil. Lo único que le parece imposible es ser natural. En resumen, su pasión es la grandeza, su defecto es el exceso; su sello distintivo es una especie de poder titánico con extrañas disonancias de puerilidad en su magnificencia. Donde más flaquea es en la mesura, el gusto y el sentido del humor: falla en espíritu, en el sentido más sutil de la palabra. Victor Hugo es un español afrancesado, o mejor dicho, une todos los extremos del sur y el norte, lo escandinavo y lo africano. La Galia tiene menos protagonismo que cualquier otro país. Y, sin embargo, por un capricho del destino, ¡es uno de los genios literarios de Francia del siglo XIX! Sus recursos son inagotables, y la edad parece no tener poder sobre él. ¡Qué infinito caudal de palabras, formas e ideas lleva consigo, y qué montón de obras ha dejado tras de sí para marcar su paso! Sus erupciones son como las de un volcán; y, fabuloso artesano como es, continúa eternamente levantando, destruyendo, aplastando y reconstruyendo un mundo de su propia creación, un mundo más hindú que helénico.


HENRI-FRÉDÉRIC AMIEL, fragmento del 8 de abril de 1863 incluido en el Amiel's Journal: The Journal Intime of Henri-Frédéric Amiel, The Project Gutenberg, translator, Mrs. Humphry Ward, 2005, traducción al español de Google Translate + Mary Crónica.

Abreu sobre Gospodínov


Domingo, 25 de mayo de 2025
 
Termino Las Tempestálidas de Gospodínov, un escritor muy particular, único, me atrevo a decir. Me interesa mucho, cada vez más la escritura con poca ficción, la menos posible, el escritor como escritura y viceversa. Gospodínov es lo más auténtico y logrado que he encontrado a este respecto, mucho mejor que Houellebecq o el farsante de Carrère: ambos aún escritores costumbristas en el sentido de su dependencia de lo simbólico. Gospodínov es otra cosa. No conozco a nadie que trate de manera tan original el principal, o uno de los principales, horrores de nuestra época: el mal del Olvido. Pero no desde el trillado enfoque de pasa y nos lleva asociado al tiempo, sino desde el novedoso (y pavoroso) lado del olvido de nosotros mismos, la mayor y más terrible enfermedad moderna, el Alzheimer, que procede al borrado de nuestro cerebro. El cáncer al menos sólo pretende matarnos. Las enfermedades del olvido consiguen algo mucho peor, borrarnos en vida de nuestro propio cerebro. Grande, Gospodínov.


JUAN ABREU, Emanaciones 5999 (AQUÍ)

Weiner sobre Nietzsche


Nietzsche es una carga porque, al igual que Sócrates, exige que cuestionemos creencias arraigadas, y eso nunca es agradable. Siempre he asumido que la filosofía se basaba en la razón pura y la lógica fría. Si Rousseau hizo mella en esa creencia, Nietzsche la derriba. Sus páginas están impregnadas de una silenciosa (y a menudo no tan silenciosa) celebración de lo impulsivo y lo irracional. Para Nietzsche, las emociones no son una distracción ni un desvío en el camino hacia la lógica. Son el destino.

Nietzsche no era partidario del pensamiento puramente abstracto. Tales reflexiones confusas nunca inspiraron a nadie a hacer nada, argumentaba. «Tenemos que aprender a pensar de otra manera... a sentir de otra manera».

Estoy inmerso en sus tensas palabras cuando siento una presencia. Levanto la vista y veo una mariposa. Se ha posado sobre Nietzsche, con sus alas doradas revoloteando sobre la página 207. No sé qué hacer. Tengo ganas de tomar una foto, pero temo que eso pueda asustar a la mariposa. Además, registrar el momento parece un mal sustituto de vivirlo.

La mariposa se ha posado en un pasaje titulado «A la vista de un libro erudito». Una excelente selección. Un clásico de Nietzsche. «Nuestra primera pregunta sobre el valor de un libro, un hombre o una pieza musical es: ¿puede caminar? O mejor aún: ¿puede bailar?».

Algunos filósofos impactan. Muchos discuten. Unos pocos inspiran. Solo Nietzsche bailaba. Para él, no había expresión más sutil de exuberancia y amor fati : amor al destino. «Solo creería en un Dios que supiera bailar», escribió. El Zaratustra de Nietzsche baila con fervor, sin rastro alguno de timidez.

El espíritu de todo buen filósofo, dijo Nietzsche, es el de un bailarín. No necesariamente un buen bailarín. «Mejor bailar pesadamente que caminar cojeando», dijo, y así lo hizo. Ni siquiera pudo dar unos pasos decentes en la pista de baile. Que así sea. El buen filósofo, como el buen bailarín, está dispuesto a hacer el ridículo.

La filosofía de Nietzsche danza con maestría. Tiene ritmo. Salta y se contonea por la página, y ocasionalmente, se mueve como un niño. Así como bailar no tiene propósito —la danza es el propósito—, ocurre lo mismo con la filosofía de Nietzsche. Para Nietzsche, bailar y pensar buscan fines similares: una celebración de la vida. No intenta demostrar nada. Simplemente quiere que veas el mundo, y a ti mismo, de manera diferente.

La mariposa se va, sus alas doradas la elevan hacia el cielo, y reanudo mi paseo por la orilla del lago. El aire es tenue y fresco. Entiendo por qué Nietzsche lo anhelaba. El aire cálido embota la mente. El aire frío la agudiza. He recorrido varios kilómetros, pero aún no hay rastro de la poderosa piedra de Nietzsche. Miro a todas partes. Miro dónde debería estar y dónde no. Nada. Retrocedo dos veces, y odio retroceder. Sigue sin haber nada. Estoy exhausto y considero rendirme, pero no, debo perseverar. La voluntad de poder de Nietzsche lo exige. No renunció cuando sus amantes lo rechazaron y sus lectores lo ignoraron. Yo tampoco lo haré.


ERIC WEINER, La pequeña ciudad suiza que inspiró a Nietzsche, BBC, 2 de octubre de 2020. Todo el artículo AQUÍ

Austen sobre Shakespeare


Enrique VIII debe de ser una de sus obras predilectas —dijo Edmund—; la lee como si la conociera bien.

—Creo que lo será a partir de ahora —replicó Crawford—; pero me parece que no he puesto las manos en un libro de Shakespeare desde que tenía quince años. Una vez vi representar Enrique VIII… o he oído a alguien que la vio, no estoy seguro. Uno se familiariza con Shakespeare sin saber cómo. Forma parte de la constitución inglesa. Sus bellezas y sus pensamientos están tan difundidos que los encontramos en todas partes. Intimamos con él por instinto. Nadie con algo de inteligencia puede abrir una obra suya por un pasaje afortunado sin dejarse arrastrar al punto por el torrente de su discurso.

—Es verdad que, en cierto modo —dijo Edmund—, estamos familiarizados con Shakespeare desde nuestra más tierna infancia. Todo el mundo es capaz de recitar sus pasajes célebres; vienen en la mitad de los libros que abrimos, y todos hablamos con Shakespeare, utilizamos sus símiles y describimos con sus descripciones.


JANE AUSTEN, Mansfield Park, Alba Editorial, 2014, traducción de Francisco Torres Oliver.

Le Clézio sobre Arguedas


La obra de Arguedas me atrajo muchísimo. Descubrir su obra fue un choque enorme, porque existía el concepto de la cultura costumbrista en México, que viene de España, pero Arguedas lo transformó totalmente porque expresó una comunión con su propia historia, la historia peruana, de tal manera que los lectores ajenos podían participar en su búsqueda, en su entusiasmo. Así, Arguedas fue el vínculo que me ató a la cultura peruana. Fue uno de los pocos autores, quizás con la excepción de Faulkner, que consideró la naturaleza no como un lujo, sino como parte esencial de la vida. El hombre es parte de la naturaleza y no lo contrario. En su obra, la sierra y los ríos profundos son actores de sus historias, elementos muy importantes, por eso me cayeron muy bien sus obras. El ser humano tiene que tratar de hacer eco del mundo entero, donde todos sus elementos sean capitales. Arguedas revaloró la naturaleza del mundo indígena.

JEAN-MARIE GUSTAVE LE CLÉZIO: “La obra de José María Arguedas fue la que me ató a la cultura peruana”, El Correo de Perú, 15 de julio de 2016. Toda la noticia AQUÍ.

Lobo Antunes sobre Unamuno


Hace un par de años, en la Feria del Libro de Madrid, se me acercó un hombre para que le firmase un libro. Cuando le pregunté su nombre me dijo: “Miguel de Unamuno”. Quedé asombrado, claro. Era su nieto. Unamuno es el mejor ejemplo de dimensión ética de la literatura. No solo en sus libros, también en su vida. Su discurso en Salamanca ante Millán Astray es todo ejemplo. De vez en cuando, Dios hace hombres a su medida.


ANTÓNIO LOBO ANTUNES: "En literatura me gusta sentir la sangre", entrevista de Martín López-Vega, El Cultural de El Mundo, 7 de noviembre de 2001.

Brodsky sobre Mandelstam y Tsvietáieva


SVEN BIRKERTS: ¿Y qué hay de los autores rusos?
JOSEPH BRODSKY: La verdad, no sé quién me estimula más. Recuerdo el impacto que me causó la poesía de Mandelstam cuando tenía diecinueve o veinte años. Por aquel entonces era un autor inédito, y, de hecho, sigue estando inédito en gran medida, nadie le presta mucha atención, ni la crítica ni los lectores, solo sus amigos, solo mi círculo, por así decirlo. Entre el gran público apenas lo conoce nadie, si es que hay alguien que lo conozca. Todavía recuerdo el efecto que me causó su poesía, una sensación que persiste. Cuando lo leo, a veces me quedo atónito. Otra poeta que no solo cambió mi idea de la poesía, sino también mi percepción del mundo —que a fin de cuentas es de lo que se trata—, fue Tsvietáieva. Personalmente me siento muy cercano a Tsvietáieva, a su poesía y a su técnica, que yo nunca he podido emular. Lo que voy a decir suena extremadamente inmodesto, pero siempre me preguntaba si alguien como yo sería capaz de hacer lo que hacía Mandelstam, y en varias ocasiones consideré haberlo remedado con más o menos éxito. Pero Tsvietáieva... No creo que nunca haya sido capaz de aproximarme siquiera al sonido de su voz. Tsvietáieva fue la única poeta con quien decidí no competir. Y piense que los que somos profesionales de verdad lo que queremos es competir con los demás.

SVEN BIRKERTS: ¿Cuál era la característica distintiva de Tsvietáieva que le atraía y al mismo tiempo le hacía sentirse frustrado?
JOSEPH BRODSKY: Bueno, en realidad no me sentía frustrado. Tsvietáieva es ante todo una mujer. Pero su voz es la más trágica de toda la poesía rusa. Es imposible determinar si es la mejor, porque otros establecen parangones —Cavafis, Auden—, pero a mí, personalmente, me atrae mucho ella. Es algo muy sencillo: su poesía es extremadamente trágica, no solo sus temas —lo cual no es nada nuevo, sobre todo en Rusia—, sino también su lenguaje, su prosodia. Su voz, su poesía, le da a uno la idea o sensación de que la tragedia se encuentra en la propia lengua. El motivo por el que decidí no competir con ella —una decisión casi consciente— era, en parte, que sabía que fracasaría en el intento. A fin de cuentas, yo soy una persona distinta, es más, soy un hombre, y para un hombre es casi inapropiado usar el tono más agudo de su voz, con lo cual no quiero decir que Tsvietáieva fuera una especie de romántica delirante... Era una poeta muy oscura.

SVEN BIRKERTS: ¿Diría que Tsvietáieva es capaz de soportar más peso sin romperse?
JOSEPH BRODSKY: Exacto. Ajmátova decía de ella: "Marina empieza sus poemas en do mayor, en ese extremo de la octava". Y es terriblemente difícil mantener un poema en el tono más alto, pero ella lo lograba. El ser humano tiene una capacidad muy limitada para soportar malestares o tragedias. Tan limitada, técnicamente, como una vaca incapaz de dar más de ocho litros de leche. No se puede exprimir más tragedia de un ser humano. En ese sentido, la interpretación de Tsvietáieva del drama humano, su voz inconsolable y su técnica poética son absolutamente pasmosas. No creo que nadie haya escrito mejor, al menos en ruso. El tono con el que hablaba, aquella especie de vibrato trágico, aquel trémolo...

SVEN BIRKERTS: ¿Llegó a ella gradualmente o la descubrió de un día para otro?
JOSEPH BRODSKY: No, me impactó desde el primer momento. Un amigo mío me pasó sus poemas y sucumbí al instante.


JOSEPH BRODSKY, entrevista de Sven Birkerts en 1982 para The Paris Review, recogida en The Paris Review Entrevistas (1953-1983), Acantilado, Barcelona, 2020, traducción de María Belmonte, Javier Calvo, Gonzalo Fernández Gómez y Francisco López Martín, págs. 1206-1208.

Joyce sobre Dostoyevski


Dostoievski ha contribuido más que ningún otro escritor a forjar la prosa moderna y llevarla a su intensidad actual. Fue su potencia explosiva la que hizo saltar en pedazos la novela victoriana, con sus trivialidades perfectamente dispuestas y todas esas doncellas que sonríen con afectación: libros faltos de imaginación y de violencia. Sé que hay quienes dicen que [Dostoievski] tenía ideas descabelladas, incluso que estaba loco, pero lo cierto es que los elementos que manejó en sus obras —la violencia y el deseo— son el aliento mismo de la literatura. Se ha hablado mucho de su condena a muerte, que se le conmutó cuando estaba a punto de ser fusilado, y de sus cuatro años de cautiverio en Siberia: una experiencia que no forjó, sin embargo, su temperamento, aunque es posible que lo exacerbara. Siempre estuvo enamorado de la violencia, y eso es lo que le hace tan moderno, y lo que explica, además, que a sus contemporáneos les resultara desagradable: así, por ejemplo, a Turguénev, que odiaba la violencia. Tolstói no le veía apenas ningún talento literario, pero «admiraba su corazón». Este comentario tiene mucho de verdad, porque, si bien los personajes de Dostoievski actúan de manera extravagante, casi como enajenados, sus cimientos [morales] son firmes.


JAMES JOYCE, Sobre la escritura, Alba Editorial, 2013, Barcelona, traducción de Pablo Sauras.

Strand sobre Paz


Un poeta cuya obra me conmueve, que creo que es uno de los hombres de letras más inteligentes del siglo XX, fue Octavio Paz. Sus escritos sobre poesía, sus escritos sobre cultura indígena, sus escritos políticos, son todos absolutamente brillantes. Y fue uno de los más grandes prosistas. Libros como Los hijos del limo, El arco y la lira, son fantásticos. Pero el libro sobre México y el carácter mexicano, El laberinto de la soledad, es sencillamente el mejor libro jamás escrito sobre el carácter nacional. Es mejor que Walter Benjamin, es mejor que cualquiera.


MARK STRAND, entrevista de Ezequiel Zaidenwerg publicada en Letras Libres el 6 de enero de 2013. Toda la entrevista AQUÍ

Sontag sobre Gide


10/9/48

[Escrito y fechado en la parte interior de la tapa del ejemplar de SS del segundo volumen del Diario de André Gide].

Terminé de leerlo a las 2.30 a.m. del mismo día que lo adquirí –

Debería haberlo leído mucho más despacio y tengo que releerlo muchas veces – ¡Gide y yo hemos alcanzado tal perfecta comunión intelectual que siento los mismos dolores de parto de cada idea que alumbra! Por lo tanto, no pienso: «Qué extraordinaria lucidez», sino: «¡Basta! ¡No puedo pensar tan deprisa! O más bien ¡no puedo crecer tan deprisa!».

Pues no solo estoy leyendo este libro, sino creándolo yo misma, y esta experiencia única y descomunal ha purgado mi mente de gran parte de la confusión y la esterilidad que la han atascado todos estos horribles meses –


SUSAN SONTAG, Renacida. Diarios tempranos 1947-1964, Mondadori, Barcelona, 2011, traducción de Aurelio Major.

Cortázar sobre Rimbaud


¡El orgullo de Rimbaud! Un satanismo que lo lanza a lo angélico; la raíz de lo negativo alimentando la llama de una flor abierta hacia el cielo. Todo eso se derrumba el día en que una crisis moral —elemento hasta entonces despreciado deliberadamente por él, y que se toma de pronto la revancha— lo lleva a escribir Une Saison en Enfer, cuya lectura sería mucho más provechosa que este ensayo para medir la profundidad de un alma y el fracaso de una ambición. Terminado ese desgarrante resumen del viaje, Rimbaud amanecerá a su nueva existencia de derrotado que ha comprendido la necesidad de la resignación. ¿Por qué no se mató Rimbaud? Es que, en realidad, se mató. Lo que queda de él es una costumbre de vivir, de viajar; un recuerdo corporizado, un retrato vivo. Pero Arthur Rimbaud, poeta, había muerto en su piecita de Roche, con sus últimas líneas: «et il me sera loisible deposséder la verité dans une âme et un corps». Ese paradójico optimismo que resulta del balance final, no es más que el estimulante necesario para seguir la marcha. No creo, como Carré y otros biógrafos del poeta, que se abriera en esos días un nuevo capítulo en la existencia de Rimbaud, y que un destino todavía más extraordinario le estuviera deparado. El hombre continúa su pasaje, pero es ahora el hombre a la medida de las cosas; no el hombre Rimbaud que él, desde su bohemia tormentosa, soñó alguna vez, con la nariz pegada en los cristales, la mano hundida en el pelo rebelde, y el «perfecto rostro de ángel en exilio» contraído por una mueca de colérica esperanza.

Precisamente por ello, por haber jugado la Poesía como la carta más alta en su lucha contra la realidad odiosa, la obra de Rimbaud nos llega anegada de existencialismo y cobra para, nosotros, hombres angustiados que hemos perdido la fe en las retóricas, el tono de un mensaje y de una admonición. Nunca me he detenido demasiado en aquellas frases del poeta que suenan, a oídos ingenuos o prevenidos, como profecías, fórmulas secretas o mecanismos infalibles para meterse de rondón en el más allá de las cosas y de las almas. La obra de ese muchacho magnífico e infortunado no es un grimorio, sino un pedazo de su piel cuyo tatuaje puede ser descifrado sin más que leerlo con la inocencia necesaria. Las fórmulas de Rimbaud no condicionan su obra al extremo de creer que comprendiendo unas se puede habitar en la otra. En realidad, los poetas anteriores han empleado mucho más que el mismo autor esas directivas del pensamiento. (Pero no lograron lo que él, hecho que demuestra la tontería de toda escuela y de roda influencia, con perdón de André Gide).

Él es el Ícaro de carne y hueso que se aplasta sobre las aguas y, salvado por una inercia de vida, quiere alejarse de lo que considera clausurado para siempre. Mallarmé se despeña sobre la Poesía; Rimbaud vuelve a esta existencia. El primero nos deja una Obra; el segundo, la historia de una sangre. Con toda mi devoción al gran poeta, siento que mi ser, en cuanto integral, va hacia Rimbaud con un cariño que es hermandad y nostalgia. Uno puede amar a Góngora, pero es San Juan de la Cruz quien aprieta el pecho y vela la mirada. Se podrá decir que la poesía es una aventura hacia el infinito; pero sale del hombre y a él debe volver. Le es conferida a manera de una gracia que le permite franquear las dimensiones; mas el triunfo no está en «rondar las cosas del otro lado», como dijo Federico, sino en ser uno quien las ronda. La aventura de Rimbaud es un punto de partida para la desgarrada poesía de nuestro tiempo, que supera en conciencia de sí misma a cualquier momento de la historia espiritual; ahora, siendo más modestos, somos a la vez más ambiciosos; ahora sabemos la grandeza y la miseria de esta Poesía, intuimos sus fuentes y buscamos sus napas. Somos, en ese sentido, los «voyants» que él reclamaba. ¿Deja el hombre de correr por eso el riesgo de Ícaro? No lo creo. Hay en todo poeta una fatalidad que lo arrastra, una «manía». Y si la tentativa en este orden está destinada a fracasar, si lo absoluto no puede serle dado, si el conocimiento poético, como el místico, es inexpresable, su pasaje no será nunca vano. Del Rimbaud que traficó en Abisinia no nos resta nada merecedor de recuerdo; del adolescente que se desangró sobre los filos de un imposible queda la obra más viva y más honda de la poesía moderna. Y, para decirlo con él, aunque el logro sea siempre diferido, viendrons d’autres horribles travailleurs: ils commenceront par les horizons ou l’autre s’est affaisé! 


JULIO CORTÁZAR, Rimbaud, Obra Crítica II, Alfaguara, Madrid, 1994, edición de Jaime Alazraki.

Bolaño sobre Neruda


PEDRO LEMEBEL: ¿Qué sería el talento para ti?
ROBERTO BOLAÑO: No sé, algo misterioso. Algo que llevas dentro o cosas que llevas dentro que entran en colisión entre ellas. No sé, pero lo evidente es que hay talento. Es decir, Franz Kafka es un hombre de un talento enorme, genial. James Joyce, ahí hay talento. En Nicanor Parra hay talento. En Pablo Neruda, hubo talento.

PEDRO LEMEBEL: ¿Hasta cuándo? ¿Cuál es el Neruda que te desagrada?
ROBERTO BOLAÑO:El Neruda estalinista me molesta muchísimo, y en ese Neruda veo además mucha miseria humana. Lo que pasa es que Neruda es tan gran poeta, Residencia en la tierra o ciertas zonas del Canto general son una poesía tan alta, pero tan alta, que de alguna manera permite cualquier exceso posterior. Neruda es un gran poeta, pero un GRAN poeta.


ROBERTO BOLAÑO, entrevista radiofónica de Pedro Lemebel en 1999 para el programa "Si nos dejan" de Radio Tierra, transcrita por The Clinic. Toda la entrevista AQUÍ

Verne sobre Hugo


Mi estudio favorito siempre ha sido la Geografía, pero en la época en que estuve en París fui completamente atrapado por los proyectos literarios. Estaba bajo la gran influencia de Víctor Hugo, de hecho, me encontraba muy excitado leyendo y volviendo a leer sus trabajos. Por aquel entonces, si me lo preguntaban, quizás podría haber recitado páginas enteras de Nuestra señora de París. Pero fue su trabajo dramático el que más influyó sobre mí y fue, bajo esta influencia, que a los diecisiete años comencé a escribir varias tragedias y comedias, por no mencionar novelas.


JULIO VERNE, entrevista publicada en McClure's Magazine en enero de 1894, recogida por DDOOSS (Asociación de Amigos del Arte y la Cultura de Valladolid), traducción de Ariel Pérez. Toda la entrevista AQUÍ

Gamoneda sobre Dostoyevski


La aparición de turno ya se había producido: Dostoyevski, con Crimen y castigo. Con esta obra se me deparó una de las experiencias más serias que, a partir de la literatura, pueden producirse; supe, dentro de un oscuro asombro, algo del prodigio fascinante y consolador de la escritura que, a la vez que tiene su valor en la función estética, es decir, en una función creadora de placer, está fundamentada en el sufrimiento. La increíble reunión de estas potencias, placer y sufrimiento, contrapuestas en la existencia y no, sin embargo, en las obras de arte y en la poesía, fue otra de las máximas revelaciones que me ha procurado la lectura. La conciencia de esta bella contradicción, prolongada en la convicción de que la poesía existe porque existe la muerte y lo sabemos, ha llegado a ser una de mis marcas definitivas. 


ANTONIO GAMONEDA, Los libros que me aparecieron, La Biblioteca del Náufrago II, Junta de Castilla y León, págs. 37 y 38.

Fijman sobre Lautréamont


VICENTE ZITO LEMA: Tiene pasión por Lautréamont, ¿no es así?
JACOBO FIJMAN: Los Cantos de Maldoror marcaron desde muy temprano mi espíritu. Diría más: mi creencia de que la poesía es la posibilidad del hombre para vencer el miedo a la locura y a la muerte surgieron tras la lectura de ese libro. Voy a decirle algo que lo hará pensar. Es un secreto que he mantenido hasta hoy. Yo, a pesar de todo, quiero al conde de Lautréamont y lo voy a ayudar. Y él me conoce. Como juez he tenido que verlo. Me pidió que no lo olvidara, que intercediera por él ante Dios, que es mi amigo. Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi estaba como despojándose del sueño, con agua y con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Se mantenía muy quieto, acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: "Lautréamont, Lautréamont –le dije–, soy Fijman". Él se acercó y dijo que me quería, que seríamos muy amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido sobre la tierra. Pero no lloramos, nos abrazamos y permanecimos una eternidad en silencio.


JACOBO FIJMAN, fragmento del reportaje que le hizo VICENTE ZITO LEMA en el Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda en noviembre de 1968, publicado en la revista Talismán en mayo de 1969.

Nietzsche sobre Montaigne


Que un hombre así haya existido es cosa que ha aumentado, realmente, el gozo de vivir en este mundo. Por mi parte, al menos, desde que conocí a este espíritu, máximamente libre y fuerte como ningún otro, no puedo decir de él sino lo que él mismo dice de Plutarco: “Apenas he lanzado una mirada en él, y ya me han crecido una pierna o un ala”. Obligado a buscarme un hueco propicio en este mundo, con su ayuda creo conseguirlo.


FRIEDRICH NIETZSCHE, Schopenhauer como educador, recogido en la nota a pie de página Nº 43 de La ciencia jovial, Gredos, Madrid, 2010, traducción de Germán Cano, pág. 356.

Bioy Casares y Borges sobre Stevenson


Jueves, 8 de junio de 1967. Come en casa Borges. Afirma que la literatura alemana es rica en lo que llaman los franceses chefs-d'oeuvre manques. Dos ilustres ejemplos: Fausto, Zarathustra. Las Conversaciones de Goethe con Eckermann sería otro. Sobre Goethe observa: "Debió de ser inteligente, pero no conocía los límites de su inteligencia. Se creía capaz de inventar personajes. Nada más estúpido que el final del Fausto. La idea del Wilhelm Meister, de una república pedagógica, prueba que algo había podrido: something rotten in Denmark". BIOY: "Qué diferente Stevenson. ¿Te acordás del episodio de Weir of Hermiston en que el Lord Justice abruma al condenado a muerte? Lo que más conmueve al hijo del terrible juez (que asiste al juicio) es que el pobre condenado a muerte lleva una bufanda, para protegerse la garganta, que le duele. Que raro es todo, cómo se establecen las escalas de valores en la literatura del mundo. Pensar que para nadie Stevenson es superior a Goethe. No es que no sea superior: son incomparables. Para todo interlocutor, Goethe es uno de los grandes genios y el otro...". BORGES: "Tal vez escribir un libro para chicos lo perjudicó". BIOY: "¿Pero no creés que La isla del tesoro es superior al Fausto?". BORGES: "¡Bueno, desde luego! ¿Cómo no voy a creer?". BIOY: "Cuantas delicadezas hay en Stevenson".


ADOLFO BIOY CASARES, Borges, Destino, Barcelona, 2006, págs. 232 y 234. 

Krauze sobre Paz


Imagínate un filósofo griego, un tribuno romano, un humanista del Renacimiento, un poeta metafísico, un sabio de la Ilustración, un revolucionario girondino, un rebelde romántico, un poeta del amor, un anarquista natural, un héroe de la razón, un politeísta secular, un fervoroso socialista, un socialista desencantado, un incómodo liberal, un crítico apasionado. Todas esas corrientes de civilización, y muchas más, asumidas, encarnadas, recreadas por una sola persona. Eso es, aproximadamente, Octavio Paz. 


ENRIQUE KRAUZE, entrevistado por Pablo Espinosa en La Jornada el 31 de marzo de 1994, recogido por Elena Poniatowska en Octavio Paz. Las palabras del árbol, Lumen, Barcelona, 1998, pág. 84.