JOSEPH BRODSKY: La verdad, no sé quién me estimula más. Recuerdo el impacto que me causó la poesía de Mandelstam cuando tenía diecinueve o veinte años. Por aquel entonces era un autor inédito, y, de hecho, sigue estando inédito en gran medida, nadie le presta mucha atención, ni la crítica ni los lectores, solo sus amigos, solo mi círculo, por así decirlo. Entre el gran público apenas lo conoce nadie, si es que hay alguien que lo conozca. Todavía recuerdo el efecto que me causó su poesía, una sensación que persiste. Cuando lo leo, a veces me quedo atónito. Otra poeta que no solo cambió mi idea de la poesía, sino también mi percepción del mundo —que a fin de cuentas es de lo que se trata—, fue Tsvietáieva. Personalmente me siento muy cercano a Tsvietáieva, a su poesía y a su técnica, que yo nunca he podido emular. Lo que voy a decir suena extremadamente inmodesto, pero siempre me preguntaba si alguien como yo sería capaz de hacer lo que hacía Mandelstam, y en varias ocasiones consideré haberlo remedado con más o menos éxito. Pero Tsvietáieva... No creo que nunca haya sido capaz de aproximarme siquiera al sonido de su voz. Tsvietáieva fue la única poeta con quien decidí no competir. Y piense que los que somos profesionales de verdad lo que queremos es competir con los demás.
SVEN BIRKERTS: ¿Cuál era la característica distintiva de Tsvietáieva que le atraía y al mismo tiempo le hacía sentirse frustrado?
JOSEPH BRODSKY: Bueno, en realidad no me sentía frustrado. Tsvietáieva es ante todo una mujer. Pero su voz es la más trágica de toda la poesía rusa. Es imposible determinar si es la mejor, porque otros establecen parangones —Cavafis, Auden—, pero a mí, personalmente, me atrae mucho ella. Es algo muy sencillo: su poesía es extremadamente trágica, no solo sus temas —lo cual no es nada nuevo, sobre todo en Rusia—, sino también su lenguaje, su prosodia. Su voz, su poesía, le da a uno la idea o sensación de que la tragedia se encuentra en la propia lengua. El motivo por el que decidí no competir con ella —una decisión casi consciente— era, en parte, que sabía que fracasaría en el intento. A fin de cuentas, yo soy una persona distinta, es más, soy un hombre, y para un hombre es casi inapropiado usar el tono más agudo de su voz, con lo cual no quiero decir que Tsvietáieva fuera una especie de romántica delirante... Era una poeta muy oscura.
SVEN BIRKERTS: ¿Diría que Tsvietáieva es capaz de soportar más peso sin romperse?
JOSEPH BRODSKY: Exacto. Ajmátova decía de ella: "Marina empieza sus poemas en do mayor, en ese extremo de la octava". Y es terriblemente difícil mantener un poema en el tono más alto, pero ella lo lograba. El ser humano tiene una capacidad muy limitada para soportar malestares o tragedias. Tan limitada, técnicamente, como una vaca incapaz de dar más de ocho litros de leche. No se puede exprimir más tragedia de un ser humano. En ese sentido, la interpretación de Tsvietáieva del drama humano, su voz inconsolable y su técnica poética son absolutamente pasmosas. No creo que nadie haya escrito mejor, al menos en ruso. El tono con el que hablaba, aquella especie de vibrato trágico, aquel trémolo...
SVEN BIRKERTS: ¿Llegó a ella gradualmente o la descubrió de un día para otro?
JOSEPH BRODSKY: No, me impactó desde el primer momento. Un amigo mío me pasó sus poemas y sucumbí al instante.
JOSEPH BRODSKY, entrevista de Sven Birkerts en 1982 para The Paris Review, recogida en The Paris Review Entrevistas (1953-1983), Acantilado, Barcelona, 2020, traducción de María Belmonte, Javier Calvo, Gonzalo Fernández Gómez y Francisco López Martín, págs. 1206-1208.