VANIA LUKSIC: ¿Leía usted mucho por aquella época?
ALBERTO MORAVIA: Prácticamente no hacía otra cosa. Leía un promedio de un libro diario.
Mis autores preferidos eran poetas: Dante, Ariosto, Leopardi, Mallarmé, Baudelaire y, sobre todo, Rimbaud. Pero también el teatro de Shakespeare, de Goldoni, de Molière, Bocaccio, Manzoni, Tolstoi y Gogol. Sin embargo, mi verdadero maestro ha sido siempre Dostoievski. Hasta tal punto que durante largo tiempo pensé que nunca podría escribir porque ya lo había dicho él todo. Me identifiqué de tal modo con él, que me era imposible pensar en otra cosa.
Dostoievski es el verdadero fundador del existencialismo. Lo creó, colocando al hombre en el primer plano con relación a sí mismo, y no ya en sus relaciones con la sociedad. Si he escrito una novela existencialista, no es tanto porque fui precoz cuanto porque, sobre todo, había leído a Dostoievski a la edad en que los otros niños leen aún fábulas y cuentos.
VANIA LUKSIC: ¿Qué fue lo que le sorprendió particularmente de él?
ALBERTO MORAVIA: La ambigüedad del crimen. Dostoievski me daba una idea del mal muy diferente de la idea tradicional. Comprendía que “el mal” no existía; que todos éramos, al mismo tiempo, inocentes y culpables. Me gustaban enormemente la vida interior muy compleja, pero también la ironía de este autor. En realidad, todo en él me atraía. He vivido algunas novelas de Dostoievski hasta la unión física. Cuando leí, por primera vez, Crimen y castigo, a los diez años, tuve la sensación de que vivía la situación descrita. En Dostoievski, hay cierto idealismo angélico mezclado con pasiones turbias y erotismo subterráneo que me gusta mucho…
ALBERTO MORAVIA, El rey está desnudo: Conversaciones con Vania Luksic, Plaza & Janes, Barcelona, 1982, traducción de Alberto Varo, págs. 31 y 32.