ALUMNO: ¿Qué le parece el humor de Ramón Gómez de la Serna en alguna greguería o en algún cuentecito?
JULIO CORTÁZAR: Tengo una gran admiración hacia Ramón Gómez de la Serna, escritor que no creo que sea tan leído como debería serlo ni en España ni en América Latina. Ramón Gómez de la Serna hizo gran parte de su obra –o lo más importante– en España, y en el momento de la guerra civil española emigró a la Argentina. Vivió entre nosotros en Buenos Aires, donde creo que murió (o tal vez en una ciudad del interior, no estoy seguro). Creo que Ramón –como a él le gustaba que lo llamaran: por su nombre de pila– es uno de los grandes humoristas de nuestro tiempo. Inventó unos pequeños aforismos que a veces son como pequeños poemas, casi como los haiku japoneses, que llamaba greguerías y en donde cualquier tema se convertía en un pequeño instante de poesía o de humor o a veces las dos cosas juntas.
En sus novelas se adelantó en algún momento proféticamente al surrealismo; mucho antes de que se hablara de surrealismo él había escrito una novela que se llama Gustavo el incongruente que no es buena como novela (sus novelas eran muy desordenadas pero no tiene ninguna importancia), pero tiene una atmósfera donde suceden cosas dentro de un espíritu verdaderamente surrealista que hacen pensar por momentos en un cuadro de Dalí o en un poema de André Breton. Hay un capítulo donde el personaje se pasea por una playa y, en vez de haber piedras o conchillas, la playa está totalmente cubierta de pisapapeles de cristal. A Ramón le encantaban personalmente los pisapapeles y tenía una gran colección; todos sus amigos le regalaban pisapapeles como aquí algún amigo –más bien una amiga– me acaba de regalar un unicornio porque sabe que me gustan mucho como animales fabulosos. En un poema de Rilke el unicornio habla de sí mismo y dice “yo soy el animal que no existe”, o sea que se autodefine como ser fabuloso. Bueno, en ese caso son pisapapeles y esa atmósfera absolutamente surrealista que hay en esa novela de Ramón se repite después en muchos otros textos.
Mi admiración por Ramón va por un lado por su talento creador y por otro lado su talento crítico. Como crítico era muy desordenado y nunca escribió nada que pudiera parecerse a una maestría, a una tesis o a un libro concreto de crítica, pero dejaba caer una crítica libre de una belleza y una intuición extraordinarias. Su introducción a la traducción en español de los pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire es absolutamente una obra maestra. Se llama “El desgarrado Baudelaire” y no he leído nunca en francés nada que se compare a esa visión de Baudelaire a través de un poeta español. Hizo también una introducción extraordinaria a la traducción al español de las obras de Oscar Wilde en una época en que Oscar Wilde era bastante mal conocido en España y América Latina. En fin, fue agregando una serie de trabajos críticos, muchos de ellos verdaderamente proféticos y en todo caso de una lucidez y una belleza extraordinarias.
Para terminar con Ramón, y me alegro de la pregunta, los otros días alguien también lo mencionó (creo que fue… no sé quién es… ¡usted!) y yo le contaba la anécdota de la conferencia: en Buenos Aires Ramón estaba pronunciando una conferencia sobre la vida de Felipe II y el tiempo de la época de la construcción de El Escorial: estaba llegando al final y hablaba de la última enfermedad y la lenta agonía de Felipe II.
En ese momento vio entrar a alguien que venía muy mojado con el paraguas abierto y se dio cuenta de que en la calle estaba lloviendo a mares. Entonces interrumpió su conferencia, se dirigió al público y dijo: “Bueno, en vista de que está lloviendo tanto y no es cosa que nos mojemos al salir, le voy a prolongar unos quince minutos la agonía a Felipe II”. Siguió hablando y agregando detalles y fue maravilloso porque a la salida de la conferencia ya no llovía, con lo cual el público le estuvo muy agradecido.
Ramón es una figura particularmente asombrosa en la España de su época donde hay también escritores que han sido buenos humoristas;
hay por ejemplo un aspecto de la obra de Pérez de Ayala que no habría que descuidar en ese plano, pero Ramón tiene características únicas. Si me dijeran si es o no un gran escritor (esas clasificaciones que no me gustan) diría que es Ramón y haber sido eso lo coloca para mí en un lugar aparte, un lugar muy privilegiado de la literatura moderna.
JULIO CORTÁZAR, Clases de literatura, Berkeley, 1980, Alfaguara, Madrid, 2014, págs. 175-177.