Octavio Paz describió a Cernuda como el menos cristiano y el menos español de los poetas españoles. Cernuda, miembro de la Generación del 27 (como García Lorca, Alberti y tantos otros) es más un poeta romántico inglés que un cantaor andaluz, tradición a la cual pertenece por nacimiento.
Obcecado, enemigo irredento de todas las ideologías y todas las creencias, Cernuda es un ejemplo extraordinariamente intenso de integridad poética. Si bien su inspiración era tan demoníaca y órfica como la de García Lorca y como la de Crane, no ha encontrado un público que el primero tuvo desde el comienzo y el segundo, póstumamente.
Los monólogos dramáticos de Robert Browning tuvieron una fuerte influencia sobre Cernuda, y sus ecos se oyen en “Lázaro” y en esa gran oda que es “Las nubes”. Y quizás esa sería la mejor forma de leer a Cernuda, como uno de los monologuistas obsesionados de Browning, otro Childe Roland que viene a la oscura torre a enfrentar no al ogro esperado sino el anillo de fuego de sus heroicos precursores: Hölderlin, Nerval, Novalis, Blake, Goethe, Browning, Machado.
Lo sublime al modo del alto romanticismo es un estilo complicado para la poesía posromántica. La trascendencia secular fue un logro al canzado con dificultad por Cernuda. Ningún otro poeta del siglo XX y de genio equiparable fue tan solitario como este poeta exilado. No tenía otra vida que su poesía; si el arte de la poesía tiene santos propios, como Dickinson y Paul Celan, Cernuda es uno de ellos.
Cernuda fue un poeta central del siglo XX y padeció el exilio como ningún otro poeta español lo ha hecho. De hecho muchos poetas y críticos españoles dejaron de considerarlo español. Su elegía a García Lorca es la mejor que yo haya leído, pero Cernuda pertenecía a la tradición del romanticismo: Goethe y Hölderlin, Blake y Novalis, Browning y Leopardi, Baudelaire y Nerval y T.S. Eliot -correctamente considerado como un romántico tardío- en su última fase. Cernuda fue el más alienado de los poetas españoles: de España, del catolicismo, de gran parte de la tradición literaria nacional.
Si pienso en el estilo sublime de la poesía romántica -y de Shelley y Víctor Hugo, después- inmediatamente lo asocio con Cernuda. Pero Shelley y Víctor Hugo fueron militantes revolucionarios y Cernuda, aislado en México, vivió en una soledad tan sublime como la de Hölderlin y Nerval, sin meterse jamás con los grandes temas sociales y ocupado solo de su propia conciencia. Cualquier ambigüedad que Whitman o Pessoa hayan podido padecer en relación con su homoerotismo se desvanece de inmediato ante la homosexualidad agresiva de García Lorca y de Crane; pero ni siquiera estos se sirven de su orientación sexual para criticar la moral y las buenas costumbres, como sí lo hace Cernuda con silenciosa amargura, aumentando la sensación de sublime aislamiento en sus mejores poemas.
HAROLD BLOOM, Genios, Anagrama, Barcelona, 2006, traducción de Margarita Valencia Vargas, págs. 726 y 727.