Ha habido grandes escritores que fueron hombres genuinos en todo sentido – Mark Twain es uno de ellos. Un hombre que no pataleaba, un hombre que no creía que la literatura fuera un constante valle de lágrimas y nada más. ¿Qué hace al estudiante melancólico sentarse a escribir una tragedia melodramática? – ciertamente, no la verdad. Mark Twain pilotó barcos de vapor, buscó plata en Nevada, vagó por el Oeste, “se endureció”, contó chistes, cazó, trabajó como corresponsal en el extranjero, como editor de periódicos, como lector, y era un hombre de familia – y así todo, no tenía que sacrificar todo eso a su “arte”; vivía y escribía, era un hombre pleno y un artista pleno, igualmente dichoso y pleno como vacío y desdichado, igualmente gregario como solitario, igualmente saludable, simplemente todas las cosas, y creo que pidió que su trabajo no fuera comparado con la “literatura tal como la conocemos”, puesto que él no estaba haciendo “algo así en absoluto”. Estaba escribiendo lo que tenía ganas de escribir, no lo que creía que la “literatura” le exigía.
JACK KEROUAC, Diarios 1947-1954. Mundo soplado por el viento, Editores Argentinos, Buenos Aires, 2015, traducción de Martín Abadía, págs. 220 y 221.