Noviembre, 28 [1994]. El salón de té del Campoamor se disfraza de salón de té para acoger a un grupo de escritores que hablan de su obra favorita y de su interés por los clásicos. Saludo a Luis García Montero, inevitable y grata presencia en este tipo de encuentros. Recuerdo que le conocí en Montánchez, recién ganado el Adonais, todavía de la mano de Luis Jiménez Martos. Luego coincidimos en Madrid, en El Escorial, en Granada, en Salamanca, en todas las jornadas poéticas a las que fui invitado. Su ubicuidad parece molestar a algunos, pero yo creo que lo que verdaderamente les molesta es su talento. Conozco pocos poetas que sepan hablar de poesía -de la suya y de la ajena- con tanto conocimiento de causa, tanto rigor y tanta inteligencia. Ahora todos los mediocres y todos los resentidos la han tomado con él. "Los últimos meses en Granada -me dice- han sido terribles; no había día que no se publicara un artículo contra mí." Yo solo siento que entre sus detractores más viscerales se encuentre Miguel d'Ors, otro de mis poetas preferidos. Me imagino que las razones de tal animosidad no serán sólo ni fundamentalmente literarias: los dos son profesores del Departamento de Literatura Española en la Universidad de Granada, y quienes tienen alguna noticia de los odios que suele generar la convivencia departamental saben que lo de Bosnia-Herzegovina es, a su lado, una algarada de chiquillos traviesos.
JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN, Dicho y hecho, Renacimiento, Sevilla, 1995, pág. 77.