Kafka sobre Whitman


El doctor Kafka me regaló un grueso volumen de la editorial Reclam: el libro de poemas Hojas de Hierba del americano Walt Whitman.

Me dijo: 

—La traducción no es muy buena. En algunos pasajes incluso es bastante áspera, pero por lo menos permite formarse una impresión aproximada de este poeta, que es uno de los mayores inspiradores formales de la lírica moderna. Sus versos sin rima pueden considerarse el modelo de los ritmos libres de Arno Holz, Emile Verhaeren y Paul Claudel, así como del poeta checo Stanislav Kostka Neumann, entre otros.

Al oír esto me apresuré a decir que Jaroslav Vrchlicky, que en opinión de la crítica literaria oficial de Praga «le había abierto una ventana al mundo a la literatura checa», hacía años que había traducido al checo las Hojas de hierba, de Walt Whitman, a modo de curioso experimento lingüístico.

—Lo sé —dijo Franz Kafka—. El aspecto formal de las poesías de Walt Whitman ha encontrado un eco extraordinario en todo el mundo. Y eso que en realidad la importancia de Walt Whitman radica en algo muy distinto. Él ha reunido en una vivencia única y embriagadora la contemplación de la naturaleza y la de la civilización, aparentemente tan opuesta a ella, ya que siempre ha sabido percibir la fugacidad de todas las apariencias. Whitman dijo: «La vida es lo poco que queda del morir». Por eso le dedicó todo su corazón a cada brizna de hierba. Así es como me fascinó ya desde muy joven. Yo admiraba la coherencia que había entre su arte y su vida. Cuando en Norteamérica estalló la guerra entre los Estados del Norte y los del Sur, que fue lo primero que hizo poner en movimiento la máxima potencia de nuestro actual mundo mecanizado, Walt Whitman se hizo enfermero. Actuó como hoy en día deberíamos actuar todos nosotros. Ayudó a los débiles, enfermos y vencidos. Él era un verdadero cristiano y por eso sabía medir muy bien la gradación y el valor de la humanidad, lo que le emparentaba íntimamente con nosotros, los judíos.

—Entonces, ¿conoce usted muy bien sus escritos?

—No tanto sus escritos como su vida, ya que ella es, en realidad, su obra principal. Lo que escribió, sus poesías y sus artículos, no son más que los rescoldos que deja la hoguera de una fe activa y vivida con coherencia.


GUSTAV JANOUCH, Conversaciones con Kafka, Destino, Barcelona, 1997, traducción Rosa Sala