Mientras la lengua española exista, el nombre de Góngora quedará, a gusto de unos y a pesar de otros, como el del escritor que más espléndidamente supo manejarla. Si se me preguntara quién es para mí el primer escritor español, yo respondería: Góngora. Y no hablo ahora del poeta, sino sólo del hombre que a tal punto de perfección inmarcesible y de gusto exquisito supo llevar nuestra diaria palabra, esa misma que rueda oscuramente en labios de intelectuales pedantes con lentes y tecnicismos, de burgueses suficientes erigidos en árbitros de la vida y del pueblo tosco e ignorante. Labios todos que sin excepción se han vuelto siempre contra Góngora para tacharle de oscuro, de afectado y de mal gusto, él, claro como un diamante, como él natural y hermoso.
LUIS CERNUDA, Góngora y el gongorismo (1937), Prosa II. Volumen III, Siruela, Madrid, 1994